1. El termino hacker proviene de to hack, que podría traducirse como “cortar”, aunque no en el sentido de quien hace una incisión en una superficie, sino de quien consigue penetrar algo y abrirse camino a través.
1.1. Para Daniel Miessler, escritor y experto en seguridad informática, un hacker es: “alguien que hace cosas”. En “la original y más pura definición del término” se trata de alguien capaz de juntar cosas y hacer que funcionen como un todo. También aplica para quien es capaz de modificar significativamente las funciones de algo. Un hacker es el creativo, el tramposo, el trickster, y aunque el término suele estar relacionado con bajos estándares de calidad, también hace alusión al tipo de procesos creativos que no siguen las reglas establecidas.
1.2. La cultura popular ha representado al hacker como una especie de hechicero rebelde que utiliza sus poderes informáticos para sus propios intereses, casi siempre “contra el sistema”, pero esta interpretación es inexacta. En el mundo de la seguridad informática un hacker puede ser un experto en sistemas de seguridad, pero no necesariamente un “atacante”.
2. Jorge Mario Varlotta Levrero nació en Montevideo, un 23 de enero de 1940. Pasó su infancia en el barrio de Peñarol donde se le recuerda como un niño enfermizo, regordete y algo caprichoso, que pasaba largas temporadas dedicado por completo al ocio y la lectura. Fue librero por más de 10 años, lo que le permitió afinar su gusto por las novelas policiacas, la ciencia ficción, los comics, las revistas de entretenimiento y la música pop. Fue fotógrafo y cineasta ocasional, diseñaba crucigramas y otros juegos de ingenio, y durante una época fue jefe de redacción en cierta revista argentina. Creía en algunas formas de telepatía y en la parapsicología. Odiaba los videojuegos, aunque dedicaba gran parte de su tiempo a las computadoras y al internet. Son famosos sus talleres, presenciales y virtuales, así como su “método levreriano”. En el 2000 obtuvo la beca Guggenheim, cuyo resultado fue La novela luminosa, considerada por una buena parte de la crítica como una de las novelas latinoamericanas más importantes de lo que lleva el nuevo siglo.
2.1. Para el crítico literario Ángel Rama la década de los 60’s en Uruguay vio la aparición de un grupo de escritores a quienes bautizó como “los raros”, y a quienes vio como herederos de una tradición de la que formaban parte Felisberto Hernández y Horacio Quiroga. Eran escritores dispuestos a explorar “zonas inéditas de lo real”. Mario Levrero, a quien le chocaba la etiqueta, era el más joven de esos autores mencionados por Rama.
2.2. En 1985 la literatura uruguaya estaba representada en el mundo por Eduardo Galeano y Mario Benedetti. Escritores politizados y comprometidos donde los hubiera. Galeano regresaba a Uruguay dispuesto a ocupar el trono que le pertenecía luego de los años de exilio en España. Benedetti recién había vuelto del exilio también y acababa de publicar el primer volumen de su poesía reunida, festejo al que se unió Joan Manuel Serrat, quien lanzó un disco, “El sur también existe”, que musicalizaba algunos poemas del uruguayo. Que Levrero evitara el medio cultural y perteneciera a los frikis era de esperarse.
2.2.1. Eso de que Levrero pertenecía a los frikis hay que explicarlo. Mario Levrero era bastante conocido por los lectores de ciencia ficción (los frikis, pues) de España, Argentina y México. Pero esa inclusión dentro del panteón de la ciencia ficción latinoamericana se debe más a la insistencia de Marcial Souto, su editor, que a los elementos e intereses de la obra del propio Levrero. Souto tenía en alta estima al uruguayo, y siempre que podía incluía algún relato suyo en las revistas y antologías que tuvo a su cargo, casi todas ellas dedicadas al género fantástico y de ciencia ficción. Para Levrero, quien negaba ser lector de literatura fantástica y se definía como un autor “realista”, esos vínculos con la ciencia ficción eran “una mancha”, “una pesadilla recurrente”. Eso sí, jamás negó su gusto por Alfred Bester, su gran interés por Philip K. Dick, ni el desagrado que la causaba Ray Bradbury.
2.2.1.1. Levrero se veía como un escritor realista porque decía que todos tenemos una vida onírica, y una vida de experiencias inasibles, que forman parte de lo cotidiano, y que se debe escribir de ello si se busca en verdad ser realista.
3. En Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo (1973), Mario Levrero escribe una pulp fiction delirante donde homenajea/parodia las convenciones del genero detectivesco, con sus novelitas pulp y sus seriales de radio y tv, y se acerca a otros pastiches experimentales como Naked lunch (1959) y Nova express (1963) de William Burroughs, pero sobre todo a Image of the beast (1968) de Philip José Farmer. Es un libro producto de un arranque creativo (se escribió en un periodo muy corto de tiempo, durante el cual Levrero escribía sin descanso y escuchaba una y otra vez el mismo vals de Strauss) y que ilustra de manera muy clara el método levreriano: es decir, una versión propia de la escritura automática que proponía Breton y con la que esperaba dejar constancia de las experiencias inasibles que formaban su mundo interior. Dicho El proceso literario, aclara, el pulir y corregir y recortar y reescribir, viene después y puede requerir, además de ayuda, bastante tiempo.
3.1. El método levreriano, que por cierto se sigue cultivando gracias a los continuadores que mantienen vivos los talleres virtuales iniciados por el uruguayo, parte de un estado de “trance lucido” en el que se debe escribir todo lo que “se ve” y no lo que uno sabe o piensa. Es decir: escribir en imágenes. ¿Y qué es escribir en imágenes?
3.2. Dice Mario Levrero:
3.2.1. Por ejemplo, si yo digo "Una mañana fui a trabajar", estoy transmitiendo información intelectual, no artística, no literaria. Pero si cuento cómo me levanté, me puse la ropa, tomé el desayuno, salí a la calle, esperé el ómnibus en la esquina, subí al ómnibus, hice el viaje, llegué a la parada próxima a la oficina, caminé hasta la oficina... estoy desarrollando esa información en algo parecido a imágenes. Pero todavía estoy enunciando los titulares, haciendo un resumen. Todos esos tramos deberían desarrollarse en imágenes. Por ejemplo, describir el color del cielo en la calle, la gente que había en la parada, la cantidad de baldosas rotas, mi estado de ánimo, los olores que se respiraban, el ruido de los autos, qué decía la gente en la parada, cómo era la gente en la parada, cómo estaba vestida, etc.; ahí estoy narrando en imágenes. (Levrero interrogado)
3.2.2. La imaginación es un instrumento; un instrumento de conocimiento, a pesar de Sartre. Yo utilizo la imaginación para traducir a imágenes ciertos impulsos –llámalos vivencias, sentimientos o experiencias espirituales. Para mí esos impulsos forman parte de la realidad o, si lo preferís, de mi “biografía”. Las imágenes bien podrían ser otras; la cuestión es dar a través de imágenes, a su vez representadas por palabras, una idea de esa experiencia íntima para la cual no existe un lenguaje preciso. (Entrevista imaginaria)
3.2.3. Que el relato surja de la imaginación, y no de la invención. Que cuentes lo que ves (o percibís, en general) cuando mirás hacia adentro, y no lo que sabés o lo que pensás. Eso es literatura en estado puro, en esencia. Puede ser insoportable, como todo lo puro, y por eso los escritores mezclan a la literatura otras cosas, como filosofía o cosas así. (Levrero interrogado)
3.2.4. Si bien entre nosotros casi no se habla de otra cosa que de conejos, en realidad nunca hemos visto uno. Dudamos incluso de su existencia. En nuestras conversaciones el conejo oficia de metáfora, o de símbolo. Es frecuente observar que muchos, una gran mayoría, hemos olvidado la primitiva significación de la palabra, si es que ha tenido alguna vez. (Caza de conejos)
4. Si los primeros libros de Mario Levrero destacan por su originalidad y desbordante imaginación, es en El alma de Gardel, y sobre todo en El discurso vacío, publicados ambos en 1996, donde su narrativa se vuelve autobiográfica y en el que las digresiones arrebatan el protagónico a la historia. El punto máximo de dicha exploración casi mística es La novela luminosa, extravagante proyecto que se convertiría en su obra póstuma. No deja de ser curioso que durante los últimos diez o quince años Levrero se dijera ajeno a cualquier tipo de aspiración literaria y se dedicase por completo a sus talleres virtuales y la informática, de la que era entusiasta y aficionado.
4.1. Hay dos cosas que me atan a la computadora. Una es la posibilidad del correo electrónico, la comunicación… La otra es el lenguaje de programación tipo Basic y lo que había antes del Basic. Eso me lleva mucho tiempo, porque me consume mucha pasión, además. Hacer un programa es casi como hacer una novela. (Entrevista con Antonio Porchia)
4.2. La obsesión de Levrero por los lenguajes informáticos era tal que escribía minuciosos programas para prácticamente todo aspecto de su vida diaria. Desde el proceso de dar nombre a un archivo y guardarlo en una carpeta determinada, hasta la acumulación de datos estadísticos sobre la cantidad de cigarros fumados diariamente. Vale la pena señalar que incluso en ese aspecto no literario, el de la informática, Mario utilizaba el método levreriano de escritura.
5. La novela luminosa posee un formato inusual. Cuenta con un prólogo, "El diario de la beca", de más de 450 páginas en las que Levrero documentó su vida diaria durante el tiempo en que tuvo la beca Guggenheim. La “novela” en sí es un texto de apenas más de 100 páginas, escrito originalmente más o menos por las mismas fechas en que escribió Nick Carter se divierte… El que La novela luminosa se posicionará como un híbrido de autoficción (tan de moda en los últimos años) y metaficción, y que fuera celebrada por críticos, estudiantes y escritores, puede ser visto como un caso de justicia tardía, aunque Levrero, con toda malicia, escribiera en el monumental prólogo: “Me di cuenta que igualmente será una novela, quiera o no quiera, porque actualmente, lo es casi cualquier cosa que se ponga entre tapa y contratapa”.
5.1. ¿Cuánto hay en La novela luminosa del hombre que se ganaba la vida haciendo juegos de palabras? ¿Cuánto hay del hombre que abandonó las pretensiones del lenguaje literario y se refugió en otros lenguajes: los de programación, fascinado por lo que un grupo de sentencias correctamente alineadas podían hacer? ¿Qué es el método levreriano si no una forma de estar y ser en el mundo?
5.1.1. Otra pregunta valida podría ser: ¿Qué es La novela luminosa? Además de las ya mencionadas opciones: a) metaficción, y b) autoficción, hay quien dice que se trata de una “antinovela”, o de la “imposibilidad novelada de la novela”. Yo no puedo pensar en dicho libro sin pensar en la efectividad del método levreriano. El viejo lo consiguió, tal vez sin darse cuenta, me digo. Logró penetrar en su conciencia, en su realidad plena de experiencias inasibles. Se abrió paso a través de esa cotidianeidad que desmenuzaba en la informática, y al documentarlo consiguió literatura. Es decir: se convirtió en un hacker. Uno que fue capaz de construir un artefacto narrativo no identificado, pero lleno de posibilidades: un manual de usuario para hackear nuestro sistema literario.
Rodolfo J.M.
Escritor
Narrador, editor, y tránsfuga de la Ingeniería industrial. Ha publicado los libros "Todo esto sucede bajo el agua" y "La vida amorosa de las cigarras".