Leer se ha convertido en una actividad más pública; ahora parecen lejanos los tiempos en que una persona con un libro podía ser tachada como aburrida, introvertida o como un intelectual. Esas señalizaciones provocaba que los interpelados sintieran vergüenza por ser lectores. Hoy los lectores manifiestan más que nunca, sin pena ni tapujos, su gusto por los libros. En gran medida esto se debe a la tecnología.
Las redes sociales han transformado la forma de relacionarnos, incluso con los libros. Es cierto que compartir nuestras lecturas, para quienes leemos con asiduidad, ha sido una actividad común. Sin embargo, la presencia de las redes sociales ha ampliado el espectro en cuanto al número de personas con las que compartimos nuestros puntos de vista.
El fenómeno no es nuevo y nació prácticamente a la par que las dos grandes redes sociales por antonomasia: Facebook y Twitter. Fue en el año 2006 cuando apareció la primera plataforma dedicada por completo a la recomendación de lecturas: Goodreads. En ella los usuarios pueden mostrar la lista de los libros que han leído o que piensan leer; clasificarlos por temática, hacer una crítica sobre sus lecturas, debatir con sus pares sobre las mismas y conocer los nuevos títulos de los autores integrados a la red.
Goodreads fue el primer fenómeno que desveló el afán de los lectores por compartir la opinión de sus lecturas. En su primer año, Goodreads contaba con más de 650 mil usuarios y cerca de 10 millones de libros añadidos. Actualmente la plataforma cuenta con millones de usuarios y, tal vez, la referencia bibliográfica más grande del mundo.
El fenómeno de compartir opiniones sobre una lectura no es novedoso, sin embargo, si lo era a nivel cuantitativo. Miles, incluso millones de personas podían (y pueden) conocer tu opinión sobre tal o cual obra. Goodreads se convirtió en el termómetro lector, particularmente del mundo anglosajón, lo cual trajo consigo dos conflictos que se han replicado al resto de países.
El primero está ligado al gusto y a la calidad. Uno no va de la mano de la otra: que una obra aglutine opiniones positivas no es garantía de calidad literaria o de contenido. Sin embargo, en una industria como la editorial, en constante amenaza económica y atacada por la piratería, medir una obra por su número de lectores era un referente que no podía dejarse de lado.
En el año 2013 la multinacional Amazon compró la plataforma, levantando la suspicacia de varios de sus usuarios quienes vieron el desembarco de la empresa de Jeff Bezos como una intromisión comercial. Es ahí donde surge el segundo conflicto: las preferencias de los lectores crean tendencias y, a partir de ellas, las editoriales actúan en consecuencia. Por eso no es extraño que durante unos meses la moda literaria sean los vampiros y en los siguientes las novelas romántico-eróticas. Las redes sociales literarias como tejedoras de gustos y tendencias.
Con el paso de los años, compartir lecturas se ha vuelto algo mucho más cotidiano, sobre todo cuando se van integrando a las redes sociales los nativos digitales, quienes ven en estas plataformas un espacio natural, por ejemplo, la gran mayoría de los hoy reconocidos Booktubers nacieron en el Siglo XXI. Lo curioso es que aunque también han crecido de forma exponencial redes sociales como a Nobii, propiedad de un conglomerado de grupos editoriales y que ofrece casi las mismas opciones que Goodreads, también han nacido plataformas que buscan una mayor independencia y basadas en prácticas comunes del mundo analógico.
Ese es el caso de BookMooch, una plataforma que pretende darle vida a los libros viejos. Los usuarios pueden integrar a la red aquellos libros que desean ofrecer a otros usuarios y ver cuáles se pueden adquirir. Las obras se pueden buscar por temas, ubicación, idioma, usuarios o por los más recientes. Para adquirir es necesario previamente haber “vendido” alguno a través de un sistema de puntos que otorga la plataforma.
Con esta idea de compartir, también nació la plataforma BookCrossing. Como su nombre lo indica, el objetivo es que los libros pasen de mano en mano dejándolos en un punto determinado para que alguien lo encuentre. El plus de la plataforma consiste en que los usuarios, a través de un sistema de registro y de etiquetado, después de liberar un libro pueden saber cuándo fue atrapado, no sólo una, sino todas las veces que sea liberado.
Las desventajas de estas últimas plataformas es su alcance. No cuentan con el mismo nivel de penetración de aquellas que reciben un apoyo económico y una infraestructura que permitan captar a millones de lectores. Sin embargo, son un buen ejemplo del esfuerzo por compartir lecturas desde una perspectiva distinta, aprovechando las ventajas que ofrecen las herramientas digitales, dando un valor especial al libro físico, al libro como objeto. La acción en sí misma representa el fin del debate entre la elección de lo analógico y lo digital. Ambos se aprovechan y se complementan para cumplir el objetivo final: promover la lectura.
Por su parte, los medios de comunicación se han sumado a la fiebre de las comunidades digitales de lectores, sacando partido de sus mejores recursos. Un ejemplo es el caso de la plataforma Librotea, lanzada por el diario español El País a principios del 2016. Se autodenomina “recomendador de libros” (curiosamente la palabra “recomendador” no está reconocida por la RAE), y tiene como principal característica que las recomendaciones son realizadas por algunas de las mejores plumas de la literatura iberoamericana actual.
Los usuarios pueden crear listas de deseos o estanterías que puedes compartir con otros usuarios y mostrar las fichas de la obra recomendada a través de Twitter o Facebook. Incluso te permite comprar el libro a través de diversas librerías online. A diferencia de otras plataformas, en este caso la comunidad tiene un papel más pasivo. Su intención es darle al usuario la sensación de estar frente a un librero experto que te señalará el libro más indicado para tus gustos o necesidades.
Al final, los libros tienen detrás, además de la carga intelectual y académica, una necesidad comercial que no se le puede negar, por lo que es inevitable que las grandes comunidades de lectores sean a la vez una plataforma de marketing, promoción o venta. Corresponde a los usuarios mantener la objetividad de las mismas, basándose en los criterios que consideren convenientes por encima de los intereses comerciales de los grandes grupos editoriales. Lo que seguramente beneficiará a todos a largo plazo.
De la misma manera, es necesario darle una relevancia como promotores de lectura a este tipo de comunidades. Han logrado reunir a millones de personas en torno a los libros y discutir sobre ellos. Más allá del nivel o de la calidad de los debates, que se dedique un tiempo a pensar en la lectura es un gran paso. El tiempo dirá si esta moda es pasajera o si en verdad la lectura se ha convertido en un hábito compartido.
Carlos López-Aguirre
Periodista y escritor
Periodista y escritor mexicano. Es colaborador de las Revistas Yorokobu de Madrid y Suburbano de Miami. Su escritura forma parte de la Antología de crónica latinoamericana actual, editada por Alfaguara y de la Antología de relatos Huellas en el Mar, de Suburbano Ediciones. Es co-fundador del Taller de Lectoescritura en Papel y Pantalla que se ha impartido en el Centro de Cultura Digital y el Centro Cultural España de la Ciudad de México.