root@root: Hablo desde la precariedad de las máquinas, desde el estado alterado del error. Hablo como porno-obrera del código, como paria. Hablo desde el Smartphone que compré con mi primera paga de prostituta; escribo en Open Office cartas de amor a hackers que no conozco. Hablo por videochat, uso anglicismos y los uso mal. Tecnología y ciencia son palabras sacadas con mala leche de la misma definición del diccionario. Hablo con este lenguaje mediado por el ordenador y los diccionarios on-line. El diccionario on-line me sale por la boca. Tecnofilia y tecnofobia son dos fuerzas que pelean dentro de mí. Son como las bacterias de la vagina, el peligro está en el desajuste de su equilibrio (y en esos casos uso inyecciones de kéfir para neutralizar). Hablo como spammer, streamer, blogger y switcher[2].
Margarita padilla relata cuándo deseó ser hacker por primera vez. Tras una conferencia que la deja fascinada, fantasea con presentar una ponencia al año siguiente. Luego llega a casa y ve el pasillo sucio. Entonces piensa: «si me meto en Gnome ¿quién va a barrer el pasillo?»[3]. Escribir es difícil ante lo doméstico o el yugo del multitasking, y no solo así es como se ha expropiado la herramienta de la escritura[4], también a través de su definición unívoca, correcta. Ortografía, metodología, categoría y orden. Dicción y ciencia. Dedicación exclusiva a algo, especialización y profesionalismo. En la ducha pienso en la escritura como tecnología de fijación discursiva (no había visto aún la entrevista a Padilla). ¿Cuáles serían los métodos de asentamiento discursivo del transfeminismo? Jabón. Una escritura transfeminista incluiría, además de textos, blogs, performances, actualizaciones de estado, rasguños y tatuajes, desgarros vaginales (desgarros protésicos). «La escritura es, sobre todo, la tecnología de los cyborgs, superficies grabadas al aguafuerte en estos años finales del siglo xx. La política de los cyborgs es la lucha por el lenguaje y contra la comunicación perfecta, contra el código que traduce a la perfección todos los significados, el dogma central del falogocentrismo» (Haraway, 1995, p. 302). «La escritura deviene una mesa de operaciones privilegiada para intervenir la anatomía de los significados sexopolíticos del cuerpo, que intenta cortocircuitar las tecnologías de producción de las ficciones somáticas, sacudiendo las instituciones del Estado, la Iglesia, el capital, la ciencia y sus industrias» (Flores, 2011, p. 9).
La definición habitual de tecnología presupone que hay una división entre el medio ambiente y quien tiene o crea la tecnología, una diferencia entre natural y artificial. Un antagonismo entre ambas partes, una lucha de poder. La definición habitual de tecnología presupone un ordenamiento científico de los conocimientos generados, una visión progresista orientada a la industrialización tecnológica regida por los fines del capital. En su aplicación corporal se reserva a los órganos del trabajo industrial, reemplazando, por ejemplo, la mano rebanada del obrero por una mecánica que pueda seguir trabajando.
Audre Lorde da, en 1984, una conferencia en la Universidad de Nueva York denunciando cómo la tecnología de la raza y de la orientación sexual han construido su única posibilidad discursiva. Dice: «las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo» (Lorde, 1984). Con «herramientas», Lorde se refiere a la clasificación de «feminista, lesbiana y negra» que, dentro del feminismo (y a partir de la, en principio, buena intención de darle un espacio de visibilidad exclusiva a su condición), provocaba una división categorial que la excluía de poder referirse a otros ámbitos vitales que no fueran los que únicamente su condición de feminista lésbica y negra le daban oportunidad de enunciar. Su naturaleza cortada por un cuchillo-tecnología, por un polvo en el pasillo, por un jabón en el programa académico de visibilización feminista. Porque «todas las personas estamos constituidas (operadas) por tecnologías sociales muy precisas que nos definen en términos de género, clase social, raza»[5].
Cómo podría ser una tecnología transfeminista, cuál sería su definición, su uso. Cómo hablar de tecnología cuando ya sabemos que la construcción social del género, del sexo y de las prácticas pasan por una programación de código cerrado y que, incluso en la medida en que lo vayamos abriendo, liberando y haciendo explícito, grandes porciones de código reabierto vuelven a clausurarse a través de la industrialización más salvaje, del deseo de casarse, de la moda, de los hospitales y de las cárceles.
El «tecnotransfeminismo» es un espacio retratado en una novela de ciencia ficción distópica que estamos protagonizan- do desde hace más de quince años. En esta novela los «cuerpos son pantallas en las que vemos proyecciones de acuerdos temporales que surgen tras luchas incesantes por creencias y prácticas dentro de las comunidades académicas y médicas» (Stone, 1991). En esta novela está también la resistencia.
A continuación, la descripción, en desorden, de algunas de sus escenas:
Artefactos y capacidades
La «competencia de pollas» es, en ámbitos tecnológicos, una práctica tan habitual que ya está naturalizada (como la fascinación por los resultados). En la competencia de pollas no importa qué haces con la tuya sino qué tamaño tiene y cuánto tarda en ponerse dura. Efectividad y presencia. Rapidez. En esta competencia no califica nada que no sea polla y de «carne» (nada que no sea un gadget, un artefacto, un artilugio, una máquina, nada que no tenga un circuito integrado, una cpu, un código informático). Empoderamiento pareciera, en esta carrera, ser lo mismo que ego. En la competencia de pollas no califican los procesos, ni las observaciones, ni las narrativas, ni los sentidos. Se trata de una dinámica cosificante y material, y, en cierto punto, de un aberrante esencialismo tecnológico[6]. La competencia de pollas es, como su nombre lo indica, un desfile de capacidades cosificadas donde eventualmente ganaría una de las expuestas (y aquí la posibilidad de «ganar» se incrementa con maquinarias de último modelo, con el acceso a la propiedad privada y con una relación muy propia a las definiciones tradicionales de lo tecnológico).
La «competencia de pollas» no sirve como metodología para aprender algo, sino solo para admirar cosas. Es una dinámica basada en la propiedad y en el reconocimiento público («mira qué guapo mi cacharro»), y por eso esta escena es la que describe una especie de estado primitivo y hegemónico en la novela de ciencia ficción distópica. Un antecedente que justifica la emergencia de nuevos personajes cyborgs, de máquinas emancipadas y de cortocircuitos múltiples que darán lugar a una especie de comando tecnoScum.
La nube
La tecnología del capitalismo se orienta a la pérdida progresiva de autonomía y autodeterminación. Las interfaces y sistemas operativos contemporáneos funcionan como cajas negras de los procesos que se dan en su interior. Internet se visualiza como «nube», y los dispositivos conectados a ella, a través de hilos invisibles e inmateriales, transmiten performances identitarias fácilmente categorizables y siempre ordenadas.
El capitalismo produce en serie, necesita de la repetición porque necesita (y produce) el acostumbramiento y la fábrica. La única diferencia entre un artículo y otro es su número de serie, cosa que paradojalmente es lo que lo hace ser «original». En el capitalismo, la acción está dada por el consumo, y la libertad se traduce a la posibilidad de elección entre un abanico limitado de productos, de alternativas.
Una tecnología anticapitalista no tiene números de serie, ni fábricas, ni eufemismos de nubes[7]. Una tecnología anticapitalista no está en la nube ni en el ensamblaje en China, porque está, entre otras partes, en el coño rebelde que se resiste a un “salvaslip” como paradigma de la homogeneización castrante (y aquí las tecnologías del olfato que propone Evax son una de las herramientas de la industria).
Una tecnología anticapitalista será transfeminista porque no estará en las nubes, porque cuando se abre el código aparecerán todas las inmundicias de su escritura, aparecerán los bugs, aparecerá la ingeniería fina de la monogamia como producción de culpa, aparecerán candados chinos, rayos x y presets por defecto. En la cultura dominante, el sistema operativo por defecto es Windows, la sexualidad por defecto es blanca, monógama y monoparental, el acostumbramiento es un nicho del mercado, y cuando los códigos están abiertos nada de eso es creíble porque parece tan «original» que a lo menos resulta aburrido. La repetición es hastío. Una tecnología transfeminista se basa en lo irrepetible del pequeño gesto, en la serendipia y en la casualidad.
Analfabeta
¿Podemos imaginar a alguien que fuese un analfabeto de las tecnologías del género? ¿Alguien que usara mal los dispositivos, que pronunciara mal la identidad, alguien que nunca aprendió? Según las estadísticas mundiales, el analfabetismo es carácter propio de la pobreza, hay una relación entre analfabetismo, poco acceso a la tecnología y poblaciones marginadas (que en el mapa son las zonas que se ven más grandes).
Una tecnología transfeminista valorará el analfabetismo en su función improductiva para la industria, como una vía para obtener caminos impensados por la productividad y la rapidez, como resistencia. La afasia, más que una enfermedad, se volverá un camino para el desarrollo de nuevos lenguajes.
Las metodologías tradicionales se plantean una búsqueda de resultados descarnada donde lo estudiado es un objeto al que se le superponen preguntas e hipótesis en una carrera que acabará destruyendo lo que quedaba de vida en ello. Así es como la vida privada, la experiencia, el cuerpo, son elementos que han de estar excluidos de la investigación (y de la acción tecnológica) puesto que, de esta forma, se mantendrán estas cláusulas cerradas de lo abyecto, los códigos cerrados de la construcción de la subjetividad.
«Una metodología queer es, en cierto sentido, una metodología carroñera, que utiliza diferentes métodos para recoger y producir información sobre sujetos que han sido deliberada o accidentalmente excluidos de los estudios tradicionales del comportamiento humano. La metodología queer trata de combinar métodos que a menudo parecen contradictorios entre sí y rechaza la presión académica hacia una coherencia entre disciplinas» (Halberstam, 2008, p. 32).
Una relación transfeminista con la tecnología no podrá invisibilizar el espacio de la subjetividad y del cuerpo porque son precisamente esos elementos los que están en medio del entramado de poder y jerarquización. El tecnotransfeminismo buscará un lenguaje y unos caminos de aprendizaje que no blanqueen las tecnologías, sino que permanentemente las hagan funcionar del modo en que no funcionan o para obtener efectos que deconstruyan la maquinación original del sistema. Una serie de conocimientos no reglados, y probablemente desaprobados por la ciencia. Una pedagogía contagiosa, que opera a través de la encarnación, una antipedagogía, porque nunca sería reconocida como tal, porque trabaja con la biografía y la vida y porque esta antipedagogía se vuelve una de las herramientas más potentes para generar redes de resistencia, para el contagio subjetivo y para abandonar, de alguna forma, este concepto tan pasado de moda que es el «yo».
Geología, cuerpo y materia
Si Foucault nos dejó una caja de herramientas hace más de treinta años, que seguimos reutilizando hasta el día de hoy, ¿para qué nos hace falta un ordenador de siete núcleos? ¿Por qué coño me he prostituido por un Smartphone?
Tal como enuncia Gayle Rubin, «en el tiempo geológico, el presente es un pestañeo [...] las infraestructuras del conocimiento requieren espacios físicos y estructuras organizacionales durables» (Rubin, 2011, p. 355). ¿Son hacklabs, son bibliotecas, son cuerpos?
Buscar las fuentes, el código, no solo en el interior del software sino también en la historia, en las máquinas impuestas, en la ortopedia cultural y en la borradura institucional.
Una tecnología necesita memoria, conocer el origen de cada cicatriz. Necesita puentes, traductoras, archivadoras. Que el lastre de la documentación salga de la órbita feminizada del cuidado para diseñar nuevas formas de memoria y de acción. Un cuerpo tiene memoria, no hace falta ir más lejos, una tecnología transfeminista lleva en la carne el encarcelamiento de Ángela Davis, la caza de brujas, las trans muertas en cualquier frontera, en su casa. Un cuerpo tecnotransfeminista conoce la injusticia y la brecha, conoce y convive con la precariedad de las máquinas (que hay en su cuerpo). Entender el cuerpo cyborg como uno marcado, cruzado por la lucha de clases, la xenofobia y el racismo.
La tecnología es material. No es una abstracción. En Silicon Valley hay mucho ancho de banda sobrevolando los tejados blandos de las maquiladoras. La tecnología es una cuestión geológica, llena de capas que se superponen formando dibujos estructurales a partir de cataclismos, cicatrices y lluvias doradas. Nos han hecho creer que tecnología es software, inmaterial, intangible, pero «come código y muere [...]. Somos el accidente maligno que cayó en tu sistema mientras dormías. Y cuando despiertes, terminaremos con tus falsas ilusiones digitales, secuestrando tu impecable software» (vns Matrix, 1996). No hace falta únicamente reivindicar la historia, sino también recuperar la memoria. Buscar métodos de propagación y de fijación de las viralidades cyborg[8], porque lo cyborg no es solo una estética sino, sobre todo, una experiencia adolorida por la materialidad tecnológica.
El presente artículo fue publicado en la antología compilada por Miriam Solá y ElenaUrko: Transfeminismos: Epistemes,fricciones y flujos, Tafalla, Txalaparta, 2013.
Referencias
[*]Este texto forma parte de un proceso abierto de reutilización documentado en: http://www.lucysombra.org/archives/category/textos/genero-y-tecnologia.?La segunda versión de este texto fue leída en las Jornadas de Post-Op en marzo del año 2013 (Barcelona). La mecánica reutilitarista de este texto opera como si fuese un software de código abierto: partes se mantienen intactas y otras se modifican. Esta será de alguna forma la misma mecánica del feminismo y de muchas de las resistencias contemporáneas que van constantemente reutilizándose, cambiando, agregando o eliminando alguna frase del código. En resumen y como advertencia, este texto no tiene nada de original.
[2]Fragmento reutilizado del texto «PornoObreros del código» que escribí para la exposición de Felipe Rivas San Martín «La categoría del porno», Biblioteca de Santiago, Sala +18, junio de 2012 en Santiago de Chile.
[3]Cito un material semiinédito, entrevista Lelacoders con Margarita Padilla (noviembre 2010) https://vimeo.com/30812111 / https://n-1.cc/g/ donestech+lelacoders.
[4]Ada Lovelace redacta un contrato para Charles Babbage en 1843: «undertake to give your mind wholly and undivided, as a primary object that no engagement is to interfere with, to the consideration of all those matters in which I shall at times require your intellectual assistance & supervition; & can you promise not to slur & hurry things over; or to mislay & allow confusion & mis- takes to enter into documents &c?» (Plant, 1999).
[5]postporno.blogspot.com.es, visto en marzo 2013.
[6]En 2012, en el LabSurLab 2012 en Quito, en la mesa dedicada al tema de género y tecnología, unas compañeras de corpanp (Corporación de Productores Audiovisuales de las Nacionalidades y Pueblos) planteaban que sus conocimientos tecnológicos eran milenarios. Se tratabade saber observar los cauces del río y los ciclos de la luna para saber cuándo plantar, se trataba de escuchar la tierra y de coordinar ritmos vitales. Evidentemente, este tipo de tecnología no calificaría en una «competencia de pollas».
[7]La campaña publicitaria de salvaslips Evax del año 1999 tenía por slogan la pregunta ¿a qué huelen las nubes?. Spot publicitario en http://www.youtube. com/watch?v=d-p8FxFS1_M (consultado en marzo 2013).
[8] Y, de hecho, si la conciencia cyborg ha de ser considerada como algo totalmente distinto a aquello que reproduce exactamente el orden global dominante, entonces la conciencia cyborg debe ser desarrollada a partir de una serie de tecnologías que reunidas componen la metodología de las oprimidas, una metodología que puede ofrecernos orientaciones para la supervivencia y resistencia bajo las condiciones culturales transnacionales del Primer Mundo. Esta conciencia «cyborg» opositiva ha sido también identificada mediante términos como «conciencia mestiza», «subjetividades situadas», «mujerismo» y «conciencia diferencial» (Sandoval, 2004, p. 96).
Lucía Egaña Rojas
Artista independiente y video-maker. En varios de sus proyectos busca metodologías colaborativas que problematicen la noción de autor, la construcción de imaginarios sociales y la cultura popular. Ha trabajado con diversas agrupaciones (grafiteros, presxs, inmigrantes) en la elaboración de proyectos, así como con colectivos de comunicación popular o alternativa, principalmente en Chile. Desde 2004 forma parte de desBASURAment, colectivo pendiente de la inmundicia y la reutilización de objetos, tecnología e imágenes. Y desde 2009 colabora activamente con minipimer.tv, laboratorio experimental de video en tiempo real con herramientas libres. Ha hecho estudios formales de bellas artes, documental y comunicación audiovisual. Su trabajo artístico y videográfico ha sido presentado en diversas galerías, museos, festivales y espacio urbano en Chile, Uruguay, México, España, Italia, Francia, Austria, Finlandia, Noruega, Croacia y Alemania.