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La conciencia: la última frontera de 'lo humano'

Por Elena León /

24 abr 2015

Manfred Clynes y Nathan Kline en 1960 planteaban la posibilidad de un cuerpo que prescindiera de la respiración pulmonar. Pusieron sobre la mesa el uso de distintas drogas para regular la química y la temperatura del cuerpo humano, de manera que éste pudiera afrontar condiciones distintas a las de la gravedad en la Tierra. Hablaban de la radiación in vitro para convertir organismos de un estado aerobio a uno anaerobio; de solucionar los problemas metabólicos de forma tal que los desechos de orina y excremento se minimizaran, e incluso, en la medida de lo posible, pudieran ser aprovechados nuevamente por el organismo.  Estimaron al cuerpo humano como una máquina que mediante mejoras fuese capaz de hacer rendir el “combustible” para recorrer distancias remotas, capaz de adaptarse a cualquier ambiente espacial, al tiempo que conservaba una adecuada salud mental. Estas ideas detonaron en la cabeza de Clynes y Kline mientras buscaban una solución para llevar al hombre al espacio. La tesis que ocupaba sus pensamientos consistía en que alterar las funciones corporales para satisfacer las necesidades de entornos extraterrestres era más lógico que intentar llevar las condiciones ambientales de la Tierra al espacio.

Durante estos trabajos, Manfred y Nathan acuñaron el término cyborg, refiriéndose a él de la siguiente manera:

“¿Cuáles son algunos de los dispositivos necesarios para la creación de sistemas de autorregulación? Esta autorregulación necesita funcionar sin el beneficio de la conciencia, con el fin de cooperar con los controles homeostáticos autónomos propios del cuerpo. Para el sistema de controles homeostáticos ampliado artificialmente con un funcionamiento inconsciente, uno de nosotros (Manfred Clynes) ha acuñado el término Cyborg.”

Nathan y Manfred no sólo pensaban en alterar las funciones naturales del cuerpo humano con la intención de que éste sea capaz de adaptarse a cualquier entorno mediante un control homeostático artificial; es decir, alterando mediante el uso de drogas el metabolismo del cuerpo, sino que pusieron sobre la mesa el tema de la mejora humana, con todos los bemoles que éste tema representa. En el texto “Drugs, Space and Cybernetics: Evolution to Cyborg”, publicado en 1961, expresan que el desafío de los viajes espaciales para la humanidad no es sólo el de una proeza tecnológica, sino que representan también un reto espiritual para tomar partido de su propia evolución biológica. Sitúan el tema de la evolución en esferas extraterrestres; el cuerpo humano no sólo debe adaptarse a las condiciones terrestres, sino que debe trasladarse a otros escenarios más allá de su hábitat natural. La evolución no depende de cambios en el código genético llevados a cabo a través de distintas generaciones de humanos; sino que se convierte en una elección que se realiza de manera artificial a partir del uso de tecnología. Lo que se pretende es transportar la conciencia humana fuera de la Tierra. 

Pero, pensar en la modificación del cuerpo como un simple cambio en el exoesqueleto de la conciencia, implicaría una visión reducida del espectro de alcance que esto implica, y asumir que la conciencia no se ve alterada por el manejo del cuerpo. Simone de Beauvoir, en “El segundo sexo”, trata el tema de la sexualidad como un ejercicio político. En la primera parte del libro discute la implicación de las características biológicas en el ejercicio político de la mujer.

Estos datos biológicos son de suma importancia: representan, en la historia de la mujer, un papel de primer orden; son elemento esencial de su situación: en todas nuestras descripciones ulteriores tendremos que referirnos a ellos. Porque, siendo el cuerpo el instrumento asidero en el mundo, éste se presenta de manera muy distinta según sea asido de un modo u otro… Por esa razón los hemos estudiado extensamente; constituyen una de las claves que permiten comprender a la mujer. Pero lo que rechazamos es la idea de que constituyan para ella un destino petrificado. No basta para definir una jerarquía de los sexos; no explican por qué la mujer es el Otro; no la condena a conservar eternamente ese papel subordinado”. 

Traigo esta cita a colación toda vez que lo que Clynes y Kline se proponen es modificar el cuerpo en aras de que éste se adapte a un entorno distinto al terrestre; el cuerpo es una limitante para la existencia de la conciencia en otros escenarios. Beauvoir hace un análisis al respecto del papel de la biología en la condición de la mujer y considera que sus cualidades anatómicas y químicas no deberían ser determinantes para colocarla en desventaja respecto del sexo masculino; no obstante, hace mención de un tercer sexo, ése que una vez que ha pasado por la menopausia puede convertirse un ser distinto al masculino y al femenino. Clynes, Kline y Beauvoir coinciden en que las condiciones naturales del organismo son limitantes para la existencia de la conciencia en ambientes determinados; pero, Beauvoir asume que más allá de la biología, la conciencia se manifiesta a través del hacer político. Por ejemplo, subraya un cambio en la participación de la mujer en el trabajo productor a partir de la Revolución Industrial del siglo XIX. Aquí surge una relación importante: el uso tecnológico y la emancipación de la mujer a partir de emplear herramientas que no requieren una gran cantidad de fuerza. Dicha revolución, menciona Beauvoir, implica una reivindicación económica para las mujeres. No asumo que existe una condición biológica que somete a la mujer por un dictamen de la naturaleza, pero sí deseo poner sobre la mesa la relación que se ha dado entre las características del cuerpo y la transportación y ejercicio de la conciencia,  ya sea en Titán, Europa, la Luna, o bien, la Tierra. Así, hay dos correlaciones que pueden desarrollarse de manera independiente pero que finalmente tocan el tema de la conciencia, lo cual tomaremos como el conocimiento que tenemos respecto de lo que damos por hecho que somos y la forma en que nos relacionamos bajo estos supuestos en un entorno determinado.

Donna Haraway retoma el término Cyborg en en 1985 para referirse a los híbridos máquina-humano. Considera que esta simbiosis afecta las relaciones sociales y que existe un fuerte vínculo entre la sexualidad y la instrumentalidad, y que esto deriva, finalmente, en las relaciones entre lo masculino y lo femenino. Asimismo, se pregunta “Qué clase de responsabilidad política puede ser construida para unir a las mujeres a través de las jerarquías cientifico-técnicas que nos separan?”. La postura de Haraway se coloca al margen de las totalidades y habla de una escritura Cyborg, donde éste, el cyborg, trata del “...poder para sobrevivir, no sobre la base de la inocencia original, sino sobre la de empuñar  las herramientas que marcan el mundo y que las marcó como otredad”.  Clynes, Kline y Haraway coinciden en un punto, en el empoderamiento a partir de la tecnología para cambiar o manipular ordenes naturales por un lado, y por el otro, ordenes sociales.

“La política de los cyborgs es la lucha por el lenguaje y contra la comunicación perfecta, contra el código que traduce a la perfección todos los significados, el dogma central del falogocentrismo. Se debe a eso el que la política de los cyborgs insista en el ruido y sea partidaria de la polución, regodeándose en las fusiones ilegítimas de animal con máquina. Son estos acoplamientos los que hacen al Hombre y a la Mujer tan problemáticos, subvirtiendo la estructura del deseo, la fuerza imaginada para generar el lenguaje y el género, alterando la estructura y los modos de reproducción de la identidad ‘occidental’, de la naturaleza y de la cultura, del espejo y del ojo, del esclavo y del amo, del cuerpo y de la mente”.

Haraway ve en la simbiosis del Cyborg la oportunidad de replantear el juego heredado por el marxismo y el psicoanálisis, ve en él la oportunidad de replantearse a partir del uso de la tecnología, ya sea en forma de híbrido o bien a partir de la prótesis. Para Haraway el Cyborg es potencia, considera que las máquinas no son objetos que deban ser animados, trabajados o dominados, sino que nosotros somos la máquina, y nuestros procesos un aspecto de nuestra encarnación. Esto nos conduce nuevamente al tema de la conciencia. 

Por otra parte, la literatura de ciencia ficción ha planteado escenarios interesantes, donde combina la manipulación del cuerpo con escenarios políticos derivados de estas mejoras. El tema de la mejora humana es sumamente polémico; por un lado están los que consideran que la biomedicina debe servir para la reintegración social de los individuos que por alguna razón no tengan algún miembro del cuerpo, o alguna de sus funciones se vea mermada. Y por otro lado están aquellos que consideran que el cuerpo debe ser mejorado a través de implantes o modificaciones, no sólo a través de prótesis tecnológicas, sino también, mediante la modificación del código genético. Pero, ¿qué escenario político podrían jugar estos súper cuerpos, e incluso, estas súper mentes?

The Culture y Neuromancer, de Ian Banks y William Gibson respectivamente, son dos obras literarias de ciencia ficción en las que se describen panoramas cyborgs que inciden directamente en la vida política, e incluso, van más allá al tocar filosóficamente el tema de la humanidad.

En Neuromante se da una lucha entre el mundo real y el llamado ciberespacio, término que de hecho se acuña en esta novela. Se describe una sociedad homogeneizada en la que sin importar en qué lugar del mundo nos encontremos, todos los espacios son semejantes. La trama traza una situación entre el uso de la mente emocional y la racional, creando un conflicto entre ambas. El avance tecnológico de ese momento permite desarrollar mejoras en el cuerpo humano, así como crear clones e intervenir la mente. Estas modificaciones nos llevan a preguntarnos ¿cuál es el límite de lo humano? Existen los llamados vaqueros digitales quienes plantean el desprecio de la carne, toda vez que la mente es más importante que su transporte. Por otra parte, la circunstancia habitual de quienes no son dueños de los grandes corporativos es la poder comerciar únicamente con su cuerpo o su voluntad, a excepción de los hackers, quienes son los únicos capaces de poder desarrollar una función social, pero que, sin embargo, se mantienen al servicio de los corporativos. Como podemos ver, existe una relación extrema entre la mente y la digitalización, ya que una forma de castigar en esta sociedad es desconectándolo de la matriz; así mismo se presentan distintos dilemas morales. Aquí sumamos un nuevo elemento, la inteligencia artificial. Anteriormente hablamos de la conciencia, y es aquí donde encontramos la problemática entre el límite de lo humano en su relación con la digitalización y la mejora humana a partir de la alteración genética o el uso de tecnologías.

En The Culture, de William Gibson describe una sociedad en la que gracias al desarrollo tecnológico no existe la desigualdad, misma que se relaciona con una menor desarrollada y a partir de esta comparación, la segunda aparece como moralmente inferior, toda vez que su tecnología no permite proporcionar a todos sus habitantes las mismas condiciones, y donde se han eliminado las enfermedades y la muerte.

En ambas novelas, los cuerpos no tienen relevancia, ya que pueden manipularse fácilmente, pero el peso recae en la mente, donde al parecer se localiza la identidad humana, y que es la que permite elegir “racionalmente”. La conciencia, entonces, parece inalienable ante las manipulaciones del cuerpo; sin embargo, es cierto que hay una distancia científico-técnica entre quienes pueden acceder a dichas mejoras y quienes no; además, no es clara la naturaleza de la conciencia humana, y sí promete un amplio campo de discusión sobre la distinción de aquello que debe permanecer intacto para su transporte, y de qué manera la mejora del cuerpo modifica dicha conciencia.

Así, están sobre la mesa temas como la gobernanza tecnológica, la alienación de lo humano a partir de la simbiosis tecnológica, la decisión evolutiva a partir de las prótesis, las hibridaciones y las alteraciones genéticas, la condición de lo humano y su definición, el planteamiento moral y ético de lo humano ante un futuro lleno de alteraciones al cuerpo.

Elena León

Licenciada en Comunicación y Periodismo

Es Licenciada en Comunicación y Periodismo por la UNAM; Mtra. en Filosofía de la Ciencia, con especialización en Estudios Fiolosóficos sobre Sociedad Ciencia y Tecnología. Actualmente trabaja temas sobre semantización y categorización del conocimiento en la Internet.