A partir del concepto de extimidad acuñado por Lacan, Guadalupe del Socorro Álvarez examina cómo es que la literatura confesional ha encontrado en Twitter una plataforma idónea para expresarse y expandirse entre varios usuarios, una forma de escritura que parte de la literatura confesional para volverse un signo de los tiempos.
A lo largo de los siglos, la necesidad de dejar constancia de la vida, y mejor aún, de dimensionar la vida vivida como parte de un todo ha sufrido algunas variantes en su forma, no así en el motor que la hace florecer. Los diarios, las correspondencias, las autobiografías y las novelas autoficcionales son expresiones que responden a tal necesidad humana; la de nombrarse en el mundo.
Las redes sociales, hoy en día, han tomado gran parte del quehacer colectivo e individual cotidiano, aunado a ello, se han convertido en plataformas de acceso libre lo que permite la conjugación de distintas expresiones. Tomemos como ejemplo a Twitter, plataforma de comunicación instantánea en donde, en años recientes, ha surgido la llamada tuiteratura, género perteneciente a la literatura electrónica que se caracteriza por su brevedad.
Al adentrarnos en este tipo de textos literarios -tuiterarios- encontraremos similitudes con la literatura tradicional, canónica e impresa, situación que nos alerta sobre un hecho irrefutable: las prácticas de escritura en formato electrónico, en este caso, las redes sociales, pueden inscribirse en la historia de la literatura, así como en sus soportes.
Dentro de la tuiteratura, encontramos tradiciones literarias que han sido parte de los estudios críticos desde hace décadas. Uno de estos temas son las escrituras del yo como la autobiografía o la autoficción. Debido a que Twitter es una plataforma de comunicación donde el yo se encuentra en exhibición constante no debería resultarnos extraño encontrar dentro de ella toda clase de confesiones, narraciones de lo cotidiano, recuerdos e interiorizaciones. Todos estos tuits pueden pensarse y ser estudiados como escrituras contemporáneas del yo que exteriorizan la privacidad.
La escritura del yo, como podría parecer debido a su correlación con la escritura autobiográfica, no depende necesariamente de la memoria y la interpretación del pasado de una persona, sino que las escrituras del yo también son muestras del posicionamiento del individuo en su contexto y su reflexión en distintos ámbitos vivenciales. En la actualidad, las Tecnologías de la Información y Comunicación propician que los individuos sean cada vez más abiertos respecto a su realidad cotidiana lo que nos lleva a preguntarnos hasta qué punto hablar de una vida privada continúa siendo relevante.
Este punto es por demás interesante, fue a partir de la modernidad cuando el valor de la privacidad se desarrolló. Gracias al advenimiento de la burguesía y la posibilidad de tener espacios privados; al dejar de vivir en comunidad, aunado con el crecimiento de la tasa de alfabetización, los diarios y las cartas, por ejemplo, se convierten en géneros literarios ya que albergan las inquietudes y reflexiones del individuo en la privacidad.
La noción de privacidad bajo la que actuamos proviene de los cambios económicos y sociales del siglo XVIII[1]. En realidad, es muy reciente. Las sociedades pre-modernas convivían y compartían su desarrollo en espacios públicos, el desarrollo individual no tenía importancia si no era compartido o de valor para el resto de la comunidad. Es curioso que, con el desarrollo del postinternet[2] regresemos a las viejas prácticas pues, aunque adoptemos una individual íntima y fuera de la comunidad, nos estamos volcando de nuevo a la necesidad de pertenecer a una comunidad, esta vez virtual.
Sin embargo, las comunidades virtuales tienen una diferencia importantísima. En un plano simbólico, la pertenencia a una comunidad se refleja en el camino del héroe quien buscaba ser útil al resto de las personas y el reconocimiento llegaba al lograr cumplir con ese cometido. Las comunidades pre-modernas otorgaban reconocimiento a quien lo ganaba siendo ejemplar y útil y aquellos héroes retribuían a la sociedad, no por el reconocimiento sino por la necesidad de hacer el bien. El camino del héroe de la comunidad virtual no funciona así. Si bien también se puede alcanzar el reconocimiento de la comunidad, este no se logra siendo ejemplar o útil sino a través de la imagen que se proyecta y esta puede ser real, autoficcional o estar por completo disociada de la realidad.
Esto significa que, de la misma manera en que durante la modernidad surgió la figura del antihéroe, –ese individuo imperfecto que redime su humanidad– en la era postinternet también encontramos una figura simbólica, presente en las comunidades virtuales, que busca desesperadamente un lugar en ellas. El individuo actual, profundamente solo y confundido encuentra refugio en el ciberespacio donde encuentra reconocimiento público para poder autorreconocerse, un individuo que, muchas veces ridiculiza sus actos, pues, mediante la parodia de la vida íntima, mediante el humor, el otro se puede identificar y brindarle la validación que necesita para autoaprobarse.
El valor de la intimidad, entonces, juega en otra dimensión y la privacidad, casi como requisito, tiene que ser pública para existir, como si en la actualidad solo se pudiera comprender uno a sí mismo a través de la exposición ante los demás. Actualmente, en la esfera digital, la noción de la privacidad ha mutado en, por decirlo de alguna manera, una privacidad pública ya que, aun cuando cada perfil de usuario es individual –se elige lo que se quiere ver, se sigue a quen se quiere seguir, lo que conlleva una interpretación personal del mundo– este perfil es público, al menos para los seguidores de cada individuo.
Esta noción ya había sido propuesta como teoría psicoanalítica por Jacques Lacan, quien en la década de los sesenta acuñó el término de “extimidad”, es decir, la unión entre lo externo y lo íntimo. Dice Lacan: “lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido a no poder reconocer más que fuera”[1], esa es la razón por la que se publica lo íntimo pues al verlo fuera de uno mismo, es como puede reconocerse y comprenderse, de igual forma, al presenciar la intimidad de los demás existe un auto-reconocimiento del ser propio al sentirse reflejado en alguien más.
El concepto de extimidad ha sido retomado en épocas recientes, precisamente, para explicar las nuevas costumbres sociales y la relación de los individuos dentro de los mass media. Los primeros síntomas de la extimidad de la sociedad actual probablemente se dieron a principios de la década del 2000 cuando tuvieron auge los programas de reallity shows donde el principal motivo de entretenimiento era conocer la cotidianeidad de celebridades y posteriormente de gente común.
La extimidad que se presenta en los espacios de la red de internet, en las plataformas de comunicación es heredera de la costumbre de ver qué hacen los otros. Esto no significa, sin embargo, que la noción de intimidad se haya diluido, sino que se conforma de distinta manera ya que en realidad uno se autoconstruye en la red, se muestra lo que se quiere mostrar hasta el punto de, incluso, crear una personalidad alterna dentro de la red. Alterna, sin embargo, no implica diferente. Recordemos que los estudios de la literatura del yo han demostrado que incluso aquellas manifestaciones del yo que no coinciden con la realidad de una persona tienen sentido y concordancia con la personalidad de quien la escribe: una autoficción de la manera en que queremos ser vistos, recordados o la forma en la que nos gustaría ser. La red es el espacio perfecto para este tipo de manifestaciones ya que lo anónimo e impersonal permite que manifestemos cualquier parte de nuestro ser, sin importar lo íntimo, imaginario, construido o confesional que sea. La falta de confrontación cara a cara permite que la extimidad se manifieste en todo su esplendor.
La forma como se desarrollan los sujetos se da a través de lo que podemos mostrar y de lo que los otros ven de nosotros. La intimidad es tan importante que hay que mostrarla para definir lo que somos y confirmar nuestra existencia.
Pero ¿qué sucede con nosotros fuera de la red?, ¿somos los mismos que somos dentro de ella?, ¿poseemos una identidad dependiendo del ámbito en donde nos encontremos? O quizá somos ambos: el que mostramos en el ciberespacio y aquel que interactúa con el mundo físico, si es así, entonces el postinternet ha moldeado tanto nuestras formas de convivencia y desarrollo que las actitudes que asumimos en nuestro rol de usuarios de alguna plataforma tienen injerencia en nuestra vida física y viceversa. El individuo actual no se puede deshacer de su contraparte virtual sin perder algo de sí misma.
Siguiendo la lógica de la extimidad, dentro de la tuiteratura podemos ver una gran cantidad de tuits con respecto a la vida privada de las personas: reflexiones intimistas que muchas veces se muestran en un intento por comprender los aspectos más profundos de la personalidad y otras tantas –las más– se muestra la vida cotidiana como una colección de instantes ridículos, bobos o con poco sentido. El humor fácil que se manifiesta en las escrituras del yo, refleja una verdad: cualquier situación que se haya considerado significativa pierde esa dimensión cuando se comprende que es común para el grueso de las personas, aquello que se consideraba íntimo son comportamientos frecuentes y, por lo tanto, el individuo que ha mostrado su interior al público se convierte en portador de verdades habituales. Las confesiones, pensamientos y reflexiones sobre sí se convierten en discursos compartidos y lo íntimo se vuelve normal y exterior, gracias a ello, el individuo, sea emisor o receptor del discurso, se vuelve parte de una comunidad.
La dimensión humorística de los tuits autorreferenciales tuvo como consecuencia que se llegase a ver en la plataforma un hervidero de discursos frívolos, razón por la que en un principio se desdeñó la posibilidad de estudios rigurosos sobre el tema. Sin embargo, aunque en un gran porcentaje es cierto que la frivolidad está a la orden del día dentro de la red también es verdad que incluso los aspectos frívolos de ésta son un reflejo de lo que sucede en la sociedad. De cualquier manera, la reflexión dentro de la red va más allá del humor simple y fácil y, en ocasiones podemos encontrar la reescritura de instantes en apariencia insignificantes, pero estilizados.
La extimidad, es entonces el motor en la escritura intimista digital: profundizar en las intimidades, volver literatura lo cotidiano sólo para informar, sólo para comprenderse a uno mismo tiene mucha relación con el orden postinternet: ya no nos comprendemos sin nuestra contraparte digital y ésta existe para comprendernos tanto a nosotros mismos como al mundo que nos rodea, no necesariamente para interactuar con nuestros pares. La literatura electrónica es, pues, la respuesta a los valores actuales: la comprensión inmediata, breve y fugaz del mundo en el que vivimos.
[1] Jacques Lacan, El seminario. Libro 16. 2014, p. 184.
[1] Van Dülmen. El descubrimeinto del individuo. 2016, p.107.
[2] El concepto “arte postinternet”, instaurado por Marisa Olson en 2007, se refiere a un arte que reflexiona sobre su creación en el contexto de la red de internet aquí usaremos el término “postinternet” como una época contextual en donde el internet ha trascendido lo utilitario para convertirse en una condición vital. Nada sucede si no está conectado a la red de la internet. Por lo que podremos distinguir entre dos etapas históricas: el preinternet y el postinternet.
Guadalupe del Socorro Álvarez
Licenciada en Letras Latinoamericanas por la UAEMex y Maestra en Literatura Mexicana Contemporánea por la UAM-Azcapotzalco. Se dedica a la corrección de estilo en la Secretaría de Investigación de la UAEMex mientras que sus tiempos libres los dedica a la investigación. Sus líneas de interés son la literatura digital, los productos culturales contemporáneos y la literatura de yo.