Espabílate, Dries de Poorter
En fechas recientes conocí la exposición del artista belga Dries de Poorter, quien comparó los perfiles publicados por usuarios de Tinder y Linkedin en la exposición fotográfica Tinder In. Aunque el propósito de la exposición declarado por De Poorter es reflexionar en torno a la privacidad de los datos publicados por los usuarios, el autor parece bastante sorprendido al notar que las representaciones que los internautas diseñan para su publicación en línea se ajustan a diferentes contextos sociales, como buscar pareja y buscar trabajo.
En 1959, el sociólogo canadiense Erving Goffman dedicó un extenso estudio a la plástica de la identidad en La presentación de la persona en la vida cotidiana, obra en la cual explica cómo es que los individuos presentamos distintas nociones de nosotros mismos dependiendo del contexto social en el cual nos encontremos; para ello, Goffman se centra en el encuentro persona-a-persona, que no es otra cosa sino una puesta en escena; en este sentido, toda interacción social es en cierto sentido una representación.
No debe sorprendernos (y de seguro a usted no le sorprende en lo absoluto) que la forma en la cual seleccionamos y combinamos nuestra indumentaria, nuestros gestos, cada postura corporal y cada palabra, es resultado de una serie de decisiones que tomamos a cada momento, aunque este complejo fenómeno de autodiseño pueda pasar desapercibido la mayor parte del tiempo.
El fenómeno de la representación del sujeto en línea me ocupa desde hace varios años, en particular en lo que hace a las estrategias discursivas que ponen en juego las personas que se anuncian en páginas para buscar pareja por Internet, concretamente Match y Plenty of Fish (POF), el primero y el más popular de estos servicios, respectivamente.1
Estudié el contenido de Match del 2004 al 2008 y el de Plenty of Fish del 2009 al 2015 con el propósito de identificar e interpretar las estrategias discursivas que los usuarios utilizan, así como sus implicaciones culturales.
Uno de los resultados más relevantes del proceso de investigación –y al decir esto corro el riesgo de parecer tanto o más ingenua que De Poorter– es que un gran número de especialistas alrededor del mundo estudian los servicios de búsqueda de pareja por Internet, es decir que reconocen su valor como nichos de conocimiento social ¿Y cómo no habría de ser así? Dada la vocación de estos sitios en línea, es posible suponer que en ellos encontraremos expresiones exacerbadas de lo que en un contexto cultural específico se considera relevante, atractivo, hermoso, susceptible de atraer la atención de los demás.
En esta primera entrega comentaré los antecedentes del estudio, mientras que en una entrega subsiguiente comentaré los hallazgos del análisis de contenido aplicado a una muestra de perfiles publicados en POF.
Primeros ensayos de pesca
La historia inició a mediados de los noventa, cuando eran populares los chats y los mensajeros instantáneos accesibles desde la computadora, como el hoy extinto MSN de Hotmail y el redivivo ICQ.
El mensajero de MSN. Fuente: http://www.taringa.net/
El mensajero de ICQ. Fuente: www.eblog.com.ar
Estos recursos tecnológicos se encadenaban en un ritual que consistía en acceder a una sala de chat, entender el ritmo de la conversación (una conversación polifónica entre decenas, a veces cientos de usuarios), integrarse a la charla, capturar la atención de uno o varios interlocutores durante cierto tiempo, intercalando mensajes privados de forma paralela y volver a comenzar. En algunas ocasiones estos intercambios continuaban en Messenger y quizás daban lugar a un encuentro en persona, si bien ese no era el propósito: las salas virtuales de charla eran (y a la fecha son) lugares para la tertulia virtual, en los que el deleite consiste en entrar a un torrente de historias y fluir en éste.
Sala de chat en los noventa. Fuente: www.pinterest.com
En los noventa se observaban ciertas reglas que a la fecha se mantienen, el uso de un sobrenombre era la primera: nicknames como “Locón”, “Mamichula”, “Solitoooo”, “SoyTuOsito” anticipaban el tono y el posible alcance de la conversación. La mayor parte de los canales de charla prohibían el uso de lenguaje soez o explícitamente sexual a menos que ese fuera su propósito, la tecnología aún no permitía el intercambio de fotos ni sonidos, pero sí íconos pre-existentes, algunos de ellos animados. En todos los casos, el recurso más importante era la palabra ágil y oportuna.
Pasé varios años curioseando en las salas de charla, conversando con personas en México y otros países. El resultado de estas primeras indagaciones se sintetizó en el artículo “Los renglones torcidos del chat”, en el que Rocío Saucedo y yo nos propusimos despejar o matizar prejuicios con respecto a los atributos físicos y a las motivaciones de los internautas que utilizan estas plataformas.
Mi curiosidad no quedó satisfecha. Un día ingresé a una liga electrónica donde se anunciaba el servicio Match (1995), pionero en el mundo de los dating sites con presencia en 25 países y ganancias millonarias, si bien en los últimos años ha sido desplazada por empresas con modelos de negocios más competitivos, como POF.
El caso de Match me pareció intrigante porque incorporaba herramientas que hasta ese momento había experimentado de forma aislada: el uso de sobrenombres, la publicación de información relativa a la persona y a sus deseos de conocer a alguien más, de forma semejante a los anuncios personales de los periódicos y las revistas; además de la inclusión de fotografías, hábitos e intereses. Pasé muchas semanas explorando estos contenidos, observando a personas que abiertamente expresan su necesidad de encontrar a una pareja, lanzando sus mejores fotografías y palabras como quien lanza una botella con un mensaje al mar.
Match me abrumó con sus posibilidades de comunicación entre suscriptores, que incorporan herramientas conocidas, como la mensajería y el correo electrónico. Además, observé que si el intercambio entre usuarios procede de forma adecuada, continúa con mensajes MSN, llamadas telefónicas y eventualmente, con un encuentro cara-a-cara. El proceso es representado de forma muy clara por Finkel:
Ese fenómeno que apenas adivinaba en el chat –el carácter proyectivo de los sobrenombres–, apareció de manera más completa en el caso de Match. Encontré fascinantes los retratos con gestos, poses, escenarios y utilerías específicas, la selección léxica, el acomodo tipográfico, todo articulado con un propósito muy concreto: conocer a alguien con fines afectivos, transitar de un estado existencial a otro: ya sea de “soltero” a “comprometido” o de “pocos amigos” a “muchos amigos”, el hecho de publicar un perfil en Match supone la manifestación abierta de un anhelo de cambio.
En el entendido de que los sobrenombres en los chats pueden interpretarse como expresiones ideológicas, consideré pertinente hacer extensiva esta idea al caso de los perfiles publicados en los portales para conseguir citas, textos multimedia que al ser elaborados ex profeso para representar al sujeto como un personaje susceptible de intercambio, condensan creencias acerca de sí mismo y de la otredad anhelada, acerca de lo que en un tiempo y espacio se considera atractivo, valioso y deseable.
Con base en estas intuiciones, de 2006 a 2008 entrevisté a 37 varones heterosexuales, todos usuarios de Match, cuyas edades oscilaban entre los 18 y los 42 años. De forma paralela apliqué un análisis de contenido a 320 perfiles publicados por varones heterosexuales en esta plataforma. Este ejercicio me permitió bocetar modelo analítico para contenidos mixtos.
Realicé este análisis de contenido con base en 3 categorías y 21 subcategorías destinadas a identificar el espectro de recursos visuales que se utilizan para representar a las personas. Las categorías fueron sugeridas por el propio corpus, que al estar conformado por imágenes, debía ser desentrañado con base en parámetros relativos a esa forma de expresión.
Este estudio me permitió entender que los usuarios toman muchas decisiones conscientes para presentar la mejor versión de sí mismos (elegir una fotografía, una pose, un gesto, una vestimenta, un encuadre) y para ello ponen en juego todo un espectro de representaciones socialmente compartidas acerca de qué es lo que se considera deseable e interesante para otras personas. También pude darme cuenta de que las estrategias que los sujetos implementan responden a un repertorio de recursos limitados por las redes sociales, el sistema de signos y la propia cultura, es decir a modos de representar y de interpretar lo que vemos.
Cuando una persona busca pareja, acude a una serie de creencias socialmente compartidas acerca de cómo debe ocurrir el proceso de cortejo para obtener el resultado esperado. Este fenómeno incluye un proceso de autoevaluación de los atributos que pueden servir para despertar el interés de la otra persona y esta selección refiere a la cultura en la cual se inserta el usuario. Al hablar de sí mismas, las personas que buscan pareja por Internet (en realidad todas las personas que buscan pareja, pero el que nos ocupa tiene la ventaja de la evidencia material) refieren a la consciencia colectiva y a las ideologías.
Tras los códigos del sujeto
Los resultados de este acercamiento dieron lugar al libro de ficciones breves Pobre amor heterosexual, al artículo de divulgación “Imágenes para un nuevo discurso amoroso” y al artículo científico “La representación de dones en la era de las celestinas virtuales”, trabajos que coinciden en su interés por la relación entre texto, orden social e ideologías: permanecí insistente en mi instinto, parafraseando a Cristina Peri Rossi.
Esta experiencia me permitió constatar que los perfiles publicados por los usuarios que buscan pareja en línea pueden considerarse una bisagra entre el comportamiento colectivo y la cultura. Esto que observamos, ¿qué significa? Esta denotación, ¿a qué connotación puede llevarnos?, ¿qué deseos y creencias se expresan en estos retratos?
Como he dicho, el material que analicé en este primer estudio incluía textos escritos, básicamente sobrenombres y descripciones libres del usuario. Sin mayor procedimiento que la observación de recurrencias, aglutiné los diferentes dichos de acuerdo con los valores que en cada caso se expresaban e identifiqué las siguientes tendencias en los valores referidos. En otras palabras, respondí a la pregunta: ¿cómo son los varones heterosexuales ideales en México, 2004-2008, según los usuarios de Match?
Atributos emocionales. Fuente: Elaboración propia
Esta primera pesquisa me permitió entender que la oposición real/virtual es estéril en tanto que la interacción entre los usuarios ocurre en el contexto de la comunicación mediada por computadoras, que es tan real como la interlocución mediada por teléfono o en presencia del interlocutor. También pude constatar que el contenido visual y escrito de los perfiles es de una riqueza que amerita una aproximación más sistemática y minuciosa, cuyos resultados presentaré próximamente.
Referencias
Berger, J. «Ways of Seeing.» 13 de 11 de 2015. 1972. 27 de 12 de 2014. .
Cheung, W. et al. «Swimming in the Virtual Community Pool of Plenty of Fish.» Richard Ivey School of Business Foundation (2008): 1-9.
Chiles, D. Netiquette. 2014. < Netiqueta. Reglas de etiqueta por Internet. Véase: http://networketiquette.net/ >.
Finkel, E. et al. «Online Dating: A Critical Analysis From the.» Psychological Science in the Public Interest (2012): 3-66.
Goffman, E. La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu, 1981. Documento.
Manguel, A. Curiosity. Londres: Yale University Press, 2017.
Paniagua, K. «Imágenes para un nuevo discurso amoroso.» Metapolítica (2008): 20-24.
—. «La representación de dones en la era de las celestinas virtuales.» Athenagórica (2012): http://www.ucsj.edu.mx/index.php/licenciaturas/licenciatura-en-comunicacion-audiovisual. 5 de 12 de 2014. .
Paniagua, K. y Saucedo, R. «Los renglones torcidos del chat.» El universo del búho (2003): 22-24.
Tabachnik, S. Lenguaje y juegos de la escritura en la red. Una incursión por las comunidades virtuales. . México: UAM-X, 2012.
1 Aunque surgieron como empresas autónomas, Plenty of Fish fue adquirido el año pasado por la misma compañía a la cual pertenece Match.
Karla Paniagua
Licenciada en Comunicación social por la UAM-X, Maestra en Antropología social por el CIESAS y candidata a Doctora en Estudios Transdisciplinarios de la Cultura y Comunicación (ICONOS, 2012).
Cuenta con más de 10 años de experiencia como investigadora, docente y consultora en Semiótica, Análisis discursivo y Antropología visual. Es autora de los libros El documental como crisol. Análisis de tres clásicos para una antropología de la imagen (CIESAS, 2007) y Pobre amor heterosexual (Lenguaraz, 2008). Desde el 2000 publica la columna de análisis del cine “Cinemantropos” (Ichan Tecolotl, CIESAS, México) y sus artículos de investigación y divulgación se han incluido en Cuicuilco, El Universo del Búho, Metapolítica y Tierra Adentro, entre otras revistas.