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El silencio del escombro

Entrevista a Tito Rivas

Por Tito Rivas  y Centro de Cultura Digital /

28 nov 2017

 

El trabajo de Tito Rivas parte de la música y se acerca al arte sonoro, trabaja el documental sonoro y es gestor cultural. Luego del 19 de septiembre, Tito y varios colegas ingenieros de audio salieron a las calles ansiosos por colaborar en las labores de rescate, sus habilidades como escuchas y sus herramientas resultaron importantísimas en este trabajo grupal y marcaron de una manera especial los procesos de búsqueda de sobrevivientes.

En esta entrevista Tito habla de su experiencia en el evento, comparte la idea social del silencio y propone un mapa de tres silencios transitados en esos días de septiembre. Presentada a manera de documental sonoro, escuchamos la voz de Tito acompañada de algunos fragmentos de sus grabaciones hechas en esos días.

Así concluimos una serie de textos dedicados al 19s en el que participaron Anabella Pareja, Elisa Godínez, Lizbeth Hernández, Natalia Galvez y el colectivo del Centro de Cultura Digital. Nuestra idea: crear un archivo, un mapa de afectos que señala ciertos momentos, iniciativas, acciones surgidas entre la ciudadanía. Es un homenaje a los que ya no están y un reconocimiento a quienes participaron con su cuerpo, labores, trabajo, presencia y saberes en las acciones de búsqueda y soporte de esos días.

La labor de escucha en un primer momento 

Mi participación en las labores de rescate fue como escucha, como un ente que podía ofrecer su escucha, fue parte de este impulso colectivo irrefrenable de salir a hacer algo. No es que mi primer impulso haya sido salir con mis micrófonos para encontrar víctimas, que fue lo que al final hice junto con otras personas. Soy un gran aficionado al sonido y una especie de documentalista sonoro, hago arte sonoro. Siempre cargo una grabadora para registrar momentos y situaciones que me parecen importantes. Hago piezas de paisaje sonoro que se basan en grabaciones de campo, con un pie en el documental y el otro en el arte sonoro. Cuando pasa algo importante en la ciudad quiero registrarlo. El día del temblor no traía la grabadora, por cierto. Recuerdo que al regresar a casa en la Línea 2 del metro en dirección hacia Taxqueña, sentí que había un ambiente sonoro distinto, no era el ruido habitual. En ese momento no tenía claro cuál había sido la magnitud del evento, cuántos derrumbes hubo. Eso pasó unas horas después. Lo que puedo narrar es cómo ocurrió desde mi escucha porque en eso trabajo, mi relación con las cosas es desde la dimensión aural. En mi opinión, el metro de la Ciudad de México no es muy ruidoso, la gente no conversa demasiado. Por ejemplo, en el transporte público de La Habana siempre hay barullo, la gente siempre está hablando aunque no se conozcan entre ellos. Aquí somos más callados, la masa impone un tipo de silencio. Pero el silencio que percibí ese día fue un silencio distinto, un silencio acompañado de miradas cómplices que intentaban conectarse para intentar entender un qué, eso lo volvía un silencio significativo. Un silencio que quería hablar, pero nadie decía nada, fue un silencio expectante, un silencio que cada vez se ponía más tenso. En el trayecto que recorrí en el metro, conforme íbamos avanzando comenzamos a ver los vestigios de la catástrofe sobre Calzada de Tlalpan, donde hubo varios edificios que quedaron visiblemente afectados. El transitar era como avanzar hacia la estación de la catástrofe. Observaba cómo los semblantes de quienes iban en el vagón se iban descomponiendo, eso lo hacía otro tipo de silencio. Normalmente, el silencio del metro es el silencio introspectivo del que viaja solo obligado a estar con todos los demás. Sentí que en ese otro silencio comenzamos a compartir algo, una soledad que te empieza a aventar hacia los otros. Quizá sólo es la proyección de lo yo que sentía.

Brigadistas del sonido 

Siempre acostumbro salir con mi grabadora. Desde que llegué a casa empecé a preparar mi grabadora para ver qué podía grabar. En la noche luego del temblor, una amiga que se dedica a la biología acústica, es decir que estudia los sonidos de los animales, me etiquetó en Facebook en un posteo donde decía que las personas con habilidades para el sonido podían ser útiles en las labores de rescate. La verdad no lo había pensado antes, creo que ninguno de los que participamos en las brigadas de sonidistas lo pensamos de inmediato. Sucedió por la lógica de quienes estaban en los sitios y que empezaron a darse cuenta de que la escucha podía tener un papel importante. Al leer eso pensé: Claro, con un micrófono sensible y unos audífonos se puede extender el sentido de la escucha. Respondí al posteo de mi amiga diciendo que sí y me pusieron en contacto con una persona que estaba en uno de los derrumbes. Nos agregamos a Facebook y por mensaje le dije con qué equipo contaba. No pude ir de inmediato a ayudar con mis herramientas porque tenía que atender algunas cosas en el trabajo. Al día siguiente del temblor pude ayudar en el edificio del Multifamiliar de Tlalpan que se cayó y que queda cerca de mi casa. Me fui caminando y grabé todo el recorrido desde mi casa hasta allí. A veces hago el ejercicio de expresar en el micro lo que estoy pensando, como un ejercicio que puede ser interesante para el documental sonoro: visualizar aquello que ya no da el micro, porque el micro te ofrece una región del mundo y otras las cancela, lo que hace un buen documentalista sonoro es ver a través del sonido, algo que no es nada fácil; los sonidos se escabullen y consituyen un mundo en sí mismo que se alimentan de imágenes en la medida en que pueden ser referencia de algo…  Llegué al lugar y empezaban los filtros, para que me dejaran pasar tuve que explicar para qué servirían mis herramientas. Lo que me pareció fabuloso fue el nivel de organización que tenían en ese sitio, era la sociedad civil sin las autoridades, salvo algunos policías que estaban resguardando la zona. Quien era el líder en ese momento me dijo que alguien más ya estaba haciendo la labor. Me quedé a documentar y percibí un segundo silencio.

 

Los tres silencios 

Considero que hubo tres silencios: el primero fue un silencio de revelación, de darse cuenta de lo que pasó y volverse cómplice, como cuando alguien te va a dar una mala noticia. Esa clase de silencio creo que fue el que vivió la ciudad en un primer momento, un silencio extendido mientras nos íbamos dando cuenta de lo que teníamos por delante.

El segundo silencio fue un silencio construido: el del puño en alto, un silencio consensuado y obligado, lo cual es algo muy difícil porque como seres sociales no somos tan silenciosos. Como humanos, nos convertimos en comunidad en tanto hacemos ruido. Al estar junto a otro, tenemos ciertas convenciones que responden a esa necesidad de hacer ruido para matar el silencio como carraspear, toser o hablar del clima. El silencio no es algo que sea común y menos en una ciudad como esta. El hecho de que aparezca un silencio construido de puños en alto fue algo inaudito. A diferencia del primero, que era un silencio de complicidad en la tragedia, este era un silencio de redención, el ver a la gente con el puño en alto era un gesto que buscaba poner alto a la tragedia por medio de la esperanza, aunque suene cursi. Era un silencio totalmente esperanzador, que buscaba algo muy concreto: la señal de vida de alguien. Las cadenas de silencio nacían como ondas desde el derrumbe, lo cual es una paradoja muy bonita porque normalmente lo que se expande como onda es el sonido y aquí era el silencio, un silencio que se transmitía visualmente. Era un silencio en el que, al estar a 200 metros o más de donde se levantaba el primer puño, no podías pretender escuchar nada. Ese silencio distante no buscaba escuchar algo, sino que era un silencio comunal, que buscaba una cohesión social, una cohesión de silencio. Creo que esos fueron de los momentos más emotivos, incluso el puño en alto se volvió el símbolo de la acción social ante el sismo, nos cohesionaba en lo más frágil y en la esperanza de que un sonido viniera a redimirnos de la tragedia.

Finalmente, el tercer silencio era el de la zona cero, el de estar en el derrumbe. Para quienes trabajan con sonido, esa sensación del sonido que estabas buscando era verdaderamente espeluznante. La cadena de silencio te ponía en una situación de responsabilidad atroz. Cuando me tocó pasar tuve miedo, empecé a sudar frío, se acelera el pulso, se cumplió la catarsis de querer ayudar, pero lo más impactante es justamente a lo que te enfrenta esa situación. Cuando estás en el centro la onda de silencio se hace de adentro hacia afuera y regresa a ti, dejándote con la responsabilidad de ser quien tiene que decir si hay alguien con vida en ese sitio. Eso fue muy intenso. Todo en silencio. Incluso recuerdo que detuvieron la circulación en Calzada de Tlalpan, porque los micros sólo captaban el murmullo de los autos. Ahí fue cuando se hizo un silencio físico bastante espeso. Mi lugar como sonidista o paisajista sonoro es encontrar algo de la belleza, así me gusta pensar que pasa, pero ahí tenía que quitar todo el entramado estético. Estabas ahí para decir si había alguien con vida, no para encontrar un sonido bello. En mi caso fue una experiencia de descentramiento muy interesante. Mi escucha tenía que actuar de una manera distinta. La escucha atenta a respiraciones, rasguños en el concreto, toquidos en el concreto. Haz resonar el concreto, hazlo resonar estando ahí aplastado. Entonces la posibilidad de que alguien estuviera ahí atrapado para emitir un sonido era remota, lo mismo que la posibilidad de percibirlo. 

Decodificar el silencio 

Por un lado estaba la parte técnica y el saber distinguir bien un silencio en el que tienes que estar decodificando. Para tranquilizarme hice un ejercicio que siempre le pongo a mis alumnos: escucha todo lo que está a tu alrededor y nómbralo: auto, viento, auto, golpe, respiración. Es una manera de ir de lo general a lo particular buscando ese sentido. A mí no me tocó escuchar un sonido que pudiera ser el sonido de alguien. Hay un filtro de comprensión que no pasa por el micrófono. El micrófono filtra según su estructura física, el oído filtra desde lo subjetivo, el oído hace su transformación. Además quién te dice cuál es el límite del escuchar, lo que te da físicamente el micrófono sensación de lo atroz. Pedía ayuda para escuchar con el oído de la mente, ayuda para escuchar si había alguien ahí.

Esta experiencia transformó mi manera de relacionarme con los fenómenos sonoros con los que habitualmente estoy en contacto. Como a todos, estas experiencias siempre te tocan. Pienso que todos estamos tocados, ¿quién podría decir que no está tocado por esta experiencia? Una amiga escribía en un artículo acerca de la experiencia mítica y lo que pasa cuando salimos de la esfera de lo profano y nos metemos, como diría Mircea Eliade, en el tiempo sacro, que es normalmente a través de la fiesta o el ritual, pero también la tragedia nos pone en el tiempo sacro. Nos saca del tiempo, el tiempo se descompone. Es interesante como una ciudad tan mimetizada con sus temporalidades, tan obligada con sus tiempos, porque todos siempre estamos queriendo llegar a algo. Somos un reloj, un multirreloj, todo el tiempo estamos funcionando según tiempos preestablecidos, cuando pasa algo como esto, todos los tiempos se rompen. Ya no esperas que nadie llegue a la hora que había dicho, el tiempo que te tardes ya no es primordial. Hay un trastoque. Diría que colectivamente nos transformó y en lo personal, esta experiencia de reflexionar sobre cómo fue escuchar y participar activamente escuchando con una función social específica en donde el escuchar adquirió un sentido social. Eso para mí es algo muy significativo. Para la gente que está entrenada en escuchar, eso se volvió una habilidad para la labor de rescate. Recuerdo que bromeamos entre los sonidistas diciendo ¿quién iba a decir que tú ibas a terminar como rescatista? Embozados con cascos y chalecos nos veíamos y nos daba una sensación de sorpresa y hasta decíamos: “Mira mamá y tú decías que estudiar para sonidista no servía de nada”. Fue interesante porque los sonidistas siempre hemos sido una tribu un poco menospreciada, poco comprendida, se le relega a una actividad técnica. Pareciera que el sonido no tiene función social, a la vez es algo en lo que trabajamos mucho quienes nos dedicamos a eso. Por ejemplo, existe la Red de estudios sobre el sonido y la escucha, en donde académicos de diferentes disciplinas dialogamos sobre la importancia del sonido y de la escucha en la sociedad. Diría que personal y colectivamente, esta experiencia nos proporcionó una comprensión diferente de muchas cosas, pero en particular de la función que puede tener la escucha. El hecho de generar un silencio colectivo es una cosa inusitada, es más fácil que una colectividad se ponga de acuerdo para hacer ruido que para hacer silencio. Quizá un ejemplo análogo sean las marchas en silencio, una acción social de concitar una actitud que no es la habitual para expresar algo. En el caso del silencio del escombro, es un silencio para encontrar algo, para que algo surja, para que algo brote, para que algo se manifieste, ¿qué? En principio la señal de vida. “Hay vida, hay vida”, se decía. Cuando yo estaba ahí pensaba “Sí, hay vida debajo del escombro, pero donde hay vida es en toda esta gente buscándola y haciéndose una para encontrarla”. Se me hacía muy lindo pensar que eso pudo ocurrir a través de la escucha. 

 

 

Tito Rivas

Músico, artista sonoro, investigador y gestor cultural. Su trabajo experimenta con medios sonoros y visuales, instalación sonora y arte radial. 

Centro de Cultura Digital