En este ensayo híbrido entre narrativa y reflexión, Mondragón especula, a través de una metáfora de juego de tiempos en torno a ideas relacionadas con la creación de imágenes y su transmisión, con la materialidad, la conservación y el código. Parte de un montaje de tiempo y técnica que nos sitúa en una época clásica marcada por la obsesión material por el pixel, acentuando la importancia de la conservación de las obras artísticas creadas en materialidades digitales.
Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
–¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? –pregunta Kublai Kan.
–El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla,
sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
–¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.
Marco Polo responde:
–Sin piedras no hay arco.
Italo Calvino, Las ciudades Invisibles
Se dice que cuando la nave atracó —una imagen de 16x16 pixeles con una paleta de 4 bitios— Teseo1 decidió que funcionaría como una suerte de museo o monumento, un recordación de las glorias de la batalla. No pensó en ese momento que los pixeles también tienden a la podredumbre y que, apenas en unos lustros, muchos de estos empezarían a mostrar la decadencia que regala el tiempo.
Pasadas varias décadas, cuando Teseo ya había pagado su moneda a Caronte, los custodios de la embarcación decidieron reemplazar uno de los pixeles de la imagen. Escogieron cambiar uno en pobre estado, nadie pudo negar su deterioro. Aún así, esto causó una gran discusión entre los que custodiaban la nave. Algunos argumentaban que cambiar un solo pixel era una afrenta a la memoria del héroe de Atenas, que destruiría totalmente la nave y la enviaría al olvido; otros, defendían la creencia de que había algo más que el pixel material: una palabra, un código o un signo, que era su esencia, y que si se sabía pronunciar, no podría perderse nunca; finalmente, hubo quien dijo que la naturaleza de los pixeles es efímera, y que no había que esforzarse en conservar el objeto y que el río de información eventualmente arrastraría de regreso los restos de la nave al caos de los datos que circulan por el torrente de los bitios.
Año con año se fueron reemplazando los pixeles con el beneplácito de los creyentes del esencialismo de un código que representaba la imagen y la molestia de los ortodoxos que detestaban la idea del cambio, así fuera mínimo, la perfección de la nave original del héroe que liberó a Creta del azote de Asterión. Secretamente, los segundos, comenzaron a recolectar los pixeles descartados por los primeros y empezaron a usarlos para reconstruir lo que ellos consideraban la embarcación verdadera. Así, eventualmente hubo dos naves: la hecha con los 256 pixeles deteriorados, recogidos por los ortodoxos, y otra con los resplandecientes pixeles reemplazados uno a uno por los esencialistas.
Uno y otro grupo alegaba custodiar la imagen original2
Por supuesto, los ortodoxos, se reconocían como el único custodio válido de la imagen verdadera, aunque, pasado el tiempo, aceptaran que esta ya no podía manipularse por su fragilidad. Un día, al tocar el buque, uno de los ortodoxos notó el desprendimiento de un pixel, y al tratar de regresarlo a su lugar, se deshizo entre sus dedos como las cenizas de un papel carbonizado. A partir de ese incidente, se decidió que se resguardaría dentro de una caja de cristal y se limitaría su exposición a los factores del tiempo. También se decretó la necesidad de que solo ocho ortodoxos tuvieran acceso a ella. Esta regla se volvió más severa en poco tiempo y pronto solo cuatro, dos y finalmente un solo custodio tuvo acceso a la nave.
Hoy solo se tienen noticias de los hermosos pixeles de la nave de Teseo que resguardan los ortodoxos a través de la descripción siempre acertada de su líder. Nos ha dicho que cada vez es más bella; que si bien es cierto que sus colores ya no parecen los de un barco, cada día se asemejan más a los ojos de lechuza de Atenea; que si bien no es posible verlo con los ojos propios, la única vista verdadera está en la oscuridad y quien cierre los ojos siempre volverá a ver el trirreme de Teseo zurcar el negro ponto. Lo cierto es que nadie volvió a ver los pixeles descartados.
Al mismo tiempo, la naves originales de Teseo ya se contaban por cientos en todo el mundo. Los esencialistas del código se habían separado en diferentes escuelas de pensamiento o sectas. Desde los emuladoristas, los migracionistas y los reinterpretacionistas, que pensaban en la supremacía del código; pasando por los criptoanarquistas que negaban cualquier nave original o decían que ésta siempre había existido y por lo tanto no le pertenecía a nadie; hasta los efimeristas que reconocían que la nave había existido para después desaparecer, y que ellos habían construído una nueva original (la cual a su vez ya no existía desde hacía cinco minutos). También hubo quien decidió encerrar la nave de Teseo y cobrar por verla. Al final, este último grupo de los mercantilistas fue el más exitoso. Con sus ganancias lograron construir un ejército para cuidar sus cientos de naves originales y destruir las otras miles de falsificaciones que navegaban sin ningún pudor por los siete mares.
Todo parece lejano desde que se discutía la supervivencia del buque del héroe que extinguió al Minotauro. Muchos de los documentos de las acaloradas discusiones entre ortodoxos y esencialistas se perdieron. Quizá porque sus propias estrategias para conservarlos no funcionaron o por el empeño de los mercantilistas en limitar la difusión de estos textos.
Sin embargo, en este oscurantismo digital, hubo una escriba3 quien logró traer las ideas originales de estas escuelas, pues de otra manera hubieran sido destruidas. Tengo en mis manos una copia de lo que queda de dicgo texto, mismo que reproduzco íntegramente a continuación.
Registro de las manifiestos de las diferentes escuelas de pensamiento sobre los diversos métodos y estrategias concernientes a la preservación, conservación y restauración de una pieza digital de memoria histórica relativa a los pixeles que conforman la imagen de la nave de Teseo.
Capítulo I. Sobre los ortodoxos, creyentes de una sustancia que sostiene al pixel.
Se ha dicho que existe un código que representa a un pixel. Eso puede o no ser cierto, pero es irrelevante. A todo pixel le corresponde una sustancia que lo sostiene. El supuesto código está necesariamente adherido a ésta. Separar el código de esta sustancia —a la cual podemos llamar hardware— significa la destrucción total de la pieza. Hay un contexto histórico y tecnológico de lo que llamamos los pixeles de Teseo. Cuando los esencialistas dicen que se puede prescindir de este contexto, demuestran lo falaz de sus argumentos. Una imagen creada hace treinta años no podría ser igual a otra creada el día de hoy. Por eso creemos firmemente que es nuestra responsabilidad ser los garantes de la sustancia. Sin hardware no hay código. La única manera de conservar una pieza digital es preservar su sustancia, es decir, conservar el hardware original con el que fue creada. Cambiar un poco de esta sustancia significa destruirla en su totalidad.
Esto es lo que se pudo recuperar. Si alguna de estas ideas tiene algún valor, o si una de ellas es mejor que la otra, es algo que no podría decir.
Sí puedo, en cambio, agradecer que alguna de ellas o todas nos hayan entregado la imagen que atesoro y puedo ofrecerles ahora.
Figura 1. Los pixeles de Teseo
Bibliografía
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"Paradoja de Teseo", Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Paradoja_de_Teseo
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Wasserman, Ryan, "Material Constitution", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2018 Edition), Edward N. Zalta (ed.), https://plato.stanford.edu/archives/fall2018/entries/material-constitution/
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Wijers, Gaby, "The Conservation of Media Art", Nederlands Instituut voor Mediakunst, 02-02-2005, http://nimk.nl/print.php?id=980/
Edgar Mondragón
Es copista digital de la página de manuscritos iluminados Marginalia. Ha escrito en diversas revistas y blogs de literatura, crítica de arte contemporáneo y divulgación científica. También gusta de involucrarse en la creación de piezas de arte digital. Su lugar feliz es la intersección entre la ciencia, el arte y la filosofía. Siempre tiene antojo de zarzamora.