El gesto, como emoción vuelta rostro, fue lo primero que hizo el ser humano para comunicarse: expuso su dentadura, apretó los labios, frunció el ceño y abrió los ojos. Para detallar estos rasgos utilizó el ruido: golpes de los pies sobre la tierra, consonantes en forma de susurro, lamentos guturales y risas. Hubo que ordenar estos sonidos, así que inventó la música, la cual se transformó en la palabra hablada; esta exigió su propia estructura, por lo que se tradujo en un código escrito. El código viajó, se reprodujo en distintos medios y ha estado mutando durante siglos, con la ayuda de diferentes instrumentos tecnológicos.
Hay culturas que no cuentan con la palabra escrita, lenguas ágrafas como el quechua y el mapuche. Sin embargo, no existe ni una cultura sin expresiones gestuales; esto se debe a que el ser humano necesita el gesto para comunicar sus emociones con mayor precisión. Utilizar gestos en una conversación ayuda a que esta fluya mejor, pues hacen que pensemos con mayor claridad y refuerzan nuestra empatía.
La palabra escrita se las ha ingeniado para integrar al gesto en su estructura. Los signos de puntuación como las comas, los puntos suspensivos, los signos de admiración y de interrogación son transposiciones de tono, de ritmo, de tempo y de cadencia. Son abstracciones del gesto que apoyan al discurso escrito.
En el siglo XXI tenemos herramientas que nos permiten utilizar el lenguaje escrito de una manera inmediata y eficaz. Gracias a los teléfonos inteligentes y a aplicaciones como Whatsapp, puedo contarle a mi abuela (que vive del otro lado del planeta) cómo va mi mañana y qué voy a hacer en las siguientes horas; también puedo hablar con amigos que no he visto en más de una década y reírme de sus chistes a la distancia. La comunicación escrita nunca había sido tan fácil. Mi mamá me cuenta que en los años 80 si uno llegaba a un lugar y no encontraba a la persona con la que había quedado, lo que procedía era irse y asumir que no vendría. Así de simple. Ahora puedo avisarle a mi novio de Edomex que voy a llegar media hora tarde a nuestra cita y además, añadir una carita apanicada a la que le suda la frente.
Lo que quiero decir con esto es que el textear desde un aparato que cargamos a todos lados en nuestro bolsillo, no es una manifestación de la palabra escrita per se. Es decir, sí es comunicación escrita porque la palabra está representada en nuestras pantallas, utilizamos y reconocemos su código; sin embargo no utilizamos la palabra escrita en el texteo como en otros medios. Esto se debe a que al fin contamos con una herramienta que nos permite escribir como hablamos. Textear no es escribir; es una imitación del lenguaje hablado, ejecutado con los dedos sobre una pantalla. Es un nuevo formato del habla y, debido a su naturaleza, se acompaña con gestos virtuales: los emojis.
Hace un par de meses, escuché al Dr. Alejandro Velázquez Elizalde, profesor de Gramática Contrastiva, decir que las onomatopeyas son los emojis de la lengua. Yo voltearía esta idea y la llevaría un poco más lejos: los emojis son los gestos de la nueva lengua hablada. Hice una encuesta en Instagram sobre la percepción de los usuarios sobre los emojis; muchos de ellos me dijeron que los utilizaban para darle diferentes tonos y matices a su discurso; un par de personas expresaron que sus textos carecían de personalidad si no utilizaban emojis.
Todas estas ideas se enfocan en un solo problema: lo limitante que puede ser el lenguaje en cuanto a expresividad. En medios digitales como los chats o incluso los mails, la palabra escrita mutila la empatía de lo dicho: el tono queda excluido junto con la redondez de las ideas que queremos expresar. Esto se debe a que gran parte de lo que decimos en una conversación cara a cara viene del movimiento de la cara y de los ademanes que hacemos con las manos.
En algún momento tuve una pareja que no me miraba a la cara cuando le contaba algo. Cuando la confronté al respecto, me dijo que eso no importaba, puesto que estaba escuchando con atención todo lo que yo le decía. Esta persona ahora está fuera de mi vida, pues se perdió al menos 50% de lo que yo trataba de expresarle. Para muchas personas, el escribir sin emojis es como hablar sin emoción, o interactuar con alguien sin mirar su rostro.
Es más difícil mentir con el gesto que con las palabras. Nuestras muecas y ademanes nos delatan, pueden contradecir un relato bien preparado. Instintivamente sabemos que gesto y palabra van de la mano; el uso de los emojis nos permite calcular la ambigüedad de nuestro discurso. No es lo mismo que yo escriba “Apenas voy para allá 😭”, a que escriba “Apenas voy para allá 🙄”, o que escriba “Apenas voy para allá 😡”. La elección de cada uno de estos emojis causará un efecto diferente en mi interlocutor. El primero podría expresar culpa, desesperación e incluso podría leerse como una disculpa; el segundo, hartazgo por una situación ajena a mi retraso; el tercero, enojo por la circunstancia que me hizo salir tarde en primer lugar. Por otro lado, si redacto la oración sin poner emojis, mi mensaje deja huecos emocionales que el interlocutor rellenará como él prefiera. Puede pensar, incluso, que estoy molesta con él. Si texteo “Apenas voy para allá.” y añado un punto final a mi oración, esta incluso puede leerse como algo amenazante y grosero. Esto no ocurriría si, en efecto, el hecho de textear entrara en la clasificación de “palabra escrita”.
No es casualidad que los emojis más usados son los que representan rostros o manos. Son un vestigio, si se quiere, de la comunicación corporal. También se utilizan mucho los emojis que representan la figura abstracta de un corazón, pues se trata de un símbolo universal del amor o la simpatía. Cuando alguien nos da una buena noticia, en vez de decirle “¡Qué alegría! ¡Me da mucho gusto!” podemos escribir 💕💕💕💕💕💕💕 y nuestra reacción quedaría perfectamente clara. Si alguien nos hace reír en una conversación de Whatsapp, sería extraño decirle “Me estoy riendo mucho de lo que acabas de decir”; en cambio escribir “jajajajaja” seguido de 😂😂😂😂😂 traduce nuestra reacción perfectamente.
No hay que dejar que nos agobie el mito de que los emojis nos vuelven flojos o incapaces de expresarnos con un lenguaje más correcto y elevado. El fenómeno del habla en los chats difiere en muchos sentidos del lenguaje hablado cara a cara y sobre todo, se aleja muchísimo del lenguaje escrito tradicional. En todos estos ámbitos, puede haber variaciones en la formalidad; el registro que usamos varía dependiendo de nuestro interlocutor, independientemente del medio que usemos para comunicarnos. Ejemplo vago y no necesariamente cierto en todos los casos: no le mandaríamos 🍆 a un compañero de trabajo que apenas si conocemos, pero probablemente sí podríamos mandarle 👍.
Una de las personas con las que hablé en Instagram me dijo que los emojis deberían ser consistentes en su diseño en vez de que hubiera uno en cada plataforma. Esta idea no solamente abarca el tono sino la especificidad del mensaje a nivel visual. Los emojis auxilian a las emociones pero también pueden funcionar como representaciones más literales de lo que queremos decir.
En una ocasión, después de ponerme de acuerdo con una amiga para ir a bailar, le envié el emoji de las dos chicas en leotardo con orejas de conejo, que para mí representaban una noche de baile y diversión. Esto le causó mucha risa; después de varios “jajaja”, mi amiga me mandó lo siguiente: 😳😳😳😳🙈🙈. Cuando le pregunté qué pasaba, me dijo que a primera vista le pareció que unas manitas le estaban masajeando la cabeza al emoji (de una manera erótica, según me dio a entender). Me tomó un tiempo, pero me di cuenta de que ella no estaba viendo lo mismo que yo. El emoji de Samsung para 👯es distinto al de iOS. Debido a la diferencia de formato, mi mensaje se malinterpretó y tuve que esclarecer la confusión gestual con pantallazos y demás parafernalia digital.
Los ejemplos que usé en este texto son primitivos. Los emojis, así como el rostro, las interjecciones y los ademanes, pueden usarse con mucha más creatividad y astucia. También me atrevería a decir que tanto los stickers como los memes son ramas de esta nueva manifestación del gesto, pero eso lo dejaremos para otra ocasión. Los emojis son una metáfora visual de las emociones que, desde que somos seres sociales, hemos moldeado culturalmente. Son un fenómeno tanto universal como abstracto, lo cual es una contradicción incluso bella. Este joven siglo no exige que usemos emojis; nos presenta la posibilidad de activar nuestras emociones de otra forma.
Viera Khovliáguina
Viera Khovliáguina nació en San Petersburgo pero vive en la Ciudad de México desde hace más de veinte años. Es dramaturga egresada del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM; traductora literaria formada en el DFTL de la ENALLT e ilustradora amateur.