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El lenguaje incluyente es un glitch

Por Yolanda Segura /

19 oct 2019

 

El lenguaje es una tecnología y como toda tecnología es cambiante. El lenguaje representa colectividad pero también disidencia, refleja y construye ideología. Este artículo cuestiona lo que se da por hecho en los campos gramaticales, si las personas hablantes construyen el lenguaje, también a partir de su uso se pueden proponer nuevos horizontes y otras jerarquías que permean en diversos colectivos y comunidades. 

 

Me gusta pensar el lenguaje incluyente como un glitch: algo en el código lingüístico que no funciona adecuadamente, que no funciona como se esperaba. Un error consciente. La voluntad de incomodar. Un criterio no unificado que hace una pausa en las convenciones comunicativas, que interrumpe para señalar una falla, una ausencia, un cuerpo (una serie de cuerpos) salido(s) de la norma o del centro. El lenguaje representa. Con el lenguaje se (des)hacen cosas, eso se sabe.

En español, según la RAE, los plurales masculinos son una forma de universalidad en la que hombres, mujeres y personas no binarias estarían incluidxs. Que no hace falta nombrar distinto, dicen, que la lengua no es machista en sí misma y en todo caso son sus usos los que la vuelven (¿?). Que la misoginia no está en el nivel gramatical sino en otros, como el pragmático o el simbólico, incluso el semántico (con palabras como zorra/zorro, perra/perro y los diferentes matices implicados según el género). Algunxs lingüistxs nos dicen que el español adoptó ese plural masculino porque se parecía mucho al neutro del latín, ¿y luego? También, en esa discusión, lxs mismxs lingüistxs dejan de distinguir el género (sexual) del sexo o apelan a la “elegancia” y la “economía” de la lengua como valores. También podríamos preguntarnos quién y cómo asumió que la economía era una universalidad (hello universality my old –and imaginary—friend…) de las lenguas.

Y entonces aparece con toda su incomodidad la equis, lo mismo que la @, la e, el *, la construcción a/o, el _... No hay consenso en las estrategias y eso incomoda todavía más. Creo que ese es el centro de la discusión: la incomodidad. Que por qué insistimos con el lenguaje incluyente, que no hace falta. Y si asumiéramos que no falta, entonces diría que tampoco sobra. Que es justo ese escozor, ese detenimiento antes de enunciar un plural que nos hace pensar en las formas en que nos enunciamos, esa ‘e’ que nos distrae cuando escuchamos a alguien usarla, que nos desvía a veces de lo que la persona está diciendo, esa letra impronunciable que se vuelve una piedra incómoda en los textos: eso es lo que queremos. La legibilidad no se cancela pero sí se dificulta: lo único fácil es lo ya conocido y las formas diversas son las complicadas. Sin embargo, tampoco hay que engañarnos, la discusión no llega a todos los estratos, es en más de un sentido una discusión privilegiada que sucede en un círculo relativamente pequeño, aunque no por eso deja de ser relevante.

Se trata de una fisura en la lengua, una disputa de los morfemas en la lengua-materna-y-patriarcal (que es, por cierto, una lengua dominante que se impuso sobre otras y por tanto hegemónica). En última instancia, esta es una disputa estética, en el entendido de que toda disputa estética es, en más de un sentido, política. Una batalla en la gramática es también una batalla en la sociedad, no es (sólo) que haya que modificar a la segunda para que la primera cambie, sino que ese huequito que se abre hace el sitio para las identidades que no nos sentimos plenamente representadas en la aproximación de los plurales masculinos. Dice Preciado: “Necesitaremos una nueva gramática para salir del patriarcado necropolítico”.

La RAE limpia, fija y da esplendor, la RAE cuida a la lengua española como si lo que hablamos pudiera separarse de quiénes somos: importa tanto la enunciación –y el cuidado de la lengua– como el contexto, una de las cosas que me enseñó mi maestra de Introducción a la lingüística. Agradezco que en esos primeros años me enseñaron también que la ortografía servía para muchas cosas, excepto para deslegitimar los discursos y cuando el infarto da porque “cómo vamos a terminar escribiendo, esta es una perversión de la lengua”, se les olvida que los códigos están para eso también, para deformarse aunque las instituciones se opongan. Que con la lengua se hacen cosas (ay Austin, Butler, ay) y lxs hablantes tenemos esa agencia que no nos pueden quitar.

Yolanda Segura

Yolanda Segura (Querétaro, 1989) Ha publicado Todo lo que vive es una zona de pasaje (Frac de Medusas, 2016) y O reguero de hormigas (FETA, 2016), poemas suyos y artículos críticos han aparecido en diversas revistas y antologías. Fue ganadora del Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín, en su edición 2018 y del Premio Nacional de Poesía Francisco Cervantes, 2017. Cursó el Seminario de Producción Fotográfica 2017 en el Centro de la Imagen; como resultado de este, una pieza suya se expuso en la muestra colectiva Nos prometieron futuro. Estudió la maestría en Letras Latinoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México y realizó una estancia de investigación en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente realiza el Doctorado en Letras (UNAM). Mantiene la cuenta de twitter @yolaseg.