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Pepe Flores

Pepe Flores (@padaguan) es profesor universitario, activista y promotor de la cultura libre. Director de Comunicación en R3D: Red en Defensa de los Derechos Digitales; vicepresidente en Wikimedia México e integrante de Creative Commons México. Es maestro en Comunicación y Medios Digitales por la Universidad de las Américas Puebla. Escribe e investiga sobre privacidad, vigilancia, libertad de expresión, copyleft y tecnologías cívicas. Nerd.

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«Dibújame el internet»

Por Pepe Flores /

16 abr 2019

 

En 2011, 3.2 millones de armenios se quedaron sin acceso a internet durante cinco horas por culpa de una mujer de 75 años. La anciana, que vivía en Georgia, cortó accidentalmente un cable de fibra óptica mientras buscaba cobre para vender como chatarra. El 90 por ciento de la conectividad de Armenia era proporcionada por su vecino.

Una carretera. Un océano. El espacio. Las metáforas con las que describimos internet han cambiado a lo largo del tiempo. En An Introduction to Internet Governance (2014), Jovan Kurbalija recuerda que, en sus días tempranos, internet era comparado con el teléfono; en especial, porque la conectividad a la red dependía de esa tecnología. Estas analogías mediáticas también se extendían al correo postal (por la capacidad de entregar mensajes) o a la televisión (por el uso de la pantalla del ordenador).

Estas metáforas no son inocentes: implican consecuencias en el imaginario. Durante la década de 1990, por ejemplo, se popularizó la idea de internet como una carretera –la supercarretera de la información– debido a su similitud con el transporte de cargas (paquetes de información). Esta noción ha justificado, para muchos Estados, la necesidad de contar con marcos que regulen esta diseminación, de la misma manera en que las carreteras requieren de señales de tráfico. Otra analogía, la del mar abierto –navegar en internet– apela más a la idea de la red como un espacio abierto, parecido a las aguas internacionales (y como tales, sujeta a una regulación más allá de una jurisdicción nacional).

Lo cierto es que las metáforas distorsionan nuestra percepción acerca de la naturaleza más básica de internet: la red como una infraestructura. En Tubes (2012), el periodista Andrew Blum encuentra un día que su conexión está caída. Tras seguir el cable del módem hacia los postes en la calle, descubre que una ardilla ha roído la línea, lo que le lleva a preguntarse sobre la dimensión física de la red. En respuesta a esa duda, emprende un viaje por todo Estados Unidos para mapear los fierros que componen el entramado, sus nodos centrales y sus ramificaciones.

Las analogías actuales nos han llevado a pensar el internet como algo etéreo, algo que está en todas partes. Como profesor de Comunicación, uno de mis ejercicios predilectos es pedirle a mis estudiantes que dibujen el internet. Los más jóvenes (nacidos después de 1997) suelen trazar una especie de líneas curveadas que rodean al planeta; un sistema de satélites que rebotan ondas de un lugar a otro. Para ellos, la imagen es lógica: internet es omnipresente, está en el aire. Han crecido y naturalizado la idea de un acceso inalámbrico a la red, por lo que la dimensión física está mayormente ausente.

Ilustración de la metáfora de navegar en la www. Fuente: tapernet.es

 

Ignorar la dimensión tangible del internet tiene su costo. Uno muy elevado. De acuerdo con la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación en los Hogares 2018 (ENDUTIH), el acceso a internet en México es un fenómeno urbano, ya que 73 por ciento de la población de las ciudades puede conectarse, mientras que en el entorno rural, esta cifra se reduce a 40.6 por ciento. Una de las razones es que las empresas privadas de telecomunicaciones –quienes invierten en la ampliación de la infraestructura– carecen de los incentivos económicos para hacer llegar internet a estos espacios. En respuesta, las comunidades han organizado sus propias redes y operadores a través de concesiones sociales y comunitarias, enfrentando –en no pocas ocasiones– oposición incluso desde el mismo Estado.

En febrero de 2019, tres organizaciones (Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias A.C., Redes por la Diversidad, Equidad y Sustentabilidad, A.C., y Rhizomática Comunicaciones) presentaron un documento titulado Elementos fundamentales para una política de cobertura plena de telecomunicaciones en México. En su diagnóstico, critican que no solo hay falta de infraestructura, sino que se ha desatendido la capacidad para darle mantenimiento a la que existe. En su lugar, los gobiernos han preferido subsidiar la tarea a grandes empresas que operan bajo una lógica de mercado inaplicable en las zonas no atendidas.

Cuando el analista Edward Snowden reveló, en 2013, los programas de vigilancia masiva de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, también disparó la preocupación de varias naciones. Una cartografía mundial de los cables de internet mostraría a EE.UU. como uno de los centros neurálgicos de la red. Hasta 2015, ocho de los nueve cables submarinos que conectan a Sudamérica con Europa pasan por la Unión Americana. Ante esa situación, los gobiernos de Brasil y España anunciaron hace un par de años la creación de un cable de 9200 kilómetros que conectará a ambas naciones a partir de 2019.

Entender el internet más allá de sus metáforas es comprender que está sujeto a leyes nacionales, jurisdicciones, catástrofes naturales, hasta ardillas y tiburones (en 2014, Google se vio obligado a reforzar miles de kilómetros de fibra óptica con un material similar al kevlar porque los escualos sentían predilección por masticar los cables). Las consecuencias de no hacerlo son inquietantes. La investigadora Helani Galpaya halló, en una encuesta realizada en 2015 en Indonesia, que el porcentaje de personas que respondió usar Facebook era mayor que el que aceptó tener acceso a internet. Para ellos, ambos eran conceptos disociados.

Mapa de los cables submarinos de internet. Fuente: TeleGeography.

En Ralph Breaks the Internet, cinta animada de Disney-Pixar estrenada a finales de 2018, los creadores imaginan a internet como una ciudad. Las personas –identificadas por un avatar– circulan en la red hacia diferentes sitios web, representados como grandes edificios o centros comerciales; también hay barrios bajos –literalmente, en la parte inferior de la ciudad virtual–, donde se comercializan virus informáticos o se efectúan actividades de dudosa legalidad. La internet es esta urbe –queda la duda, ¿dónde está lo rural?– cosmopolita, sí, pero también regida por una dinámica capitalista (Google, sin ir más lejos, es la construcción más prominente) que reafirma las brechas como dadas, inamovibles.

Esta última metáfora es reflejo de una sociedad donde la vigilancia, el extractivismo de datos y las grandes corporaciones nos han hecho pensar el internet como este espacio privado e inequitativo. Se ha olvidado, por ejemplo, que su naturaleza es descentralizada, su arquitectura es anónima –las direcciones IP, en principio, no revelan qué datos son enviados o recibidos– y su transferencia de paquetes no discrimina por tipo, origen o contenido (el principio de la neutralidad de la red). Es en el imaginario colectivo, en las palabras que usamos para describir, es donde disputamos qué significados queremos acentuar y cuáles soslayar; a quiénes estamos conectando y a quiénes dejamos fuera. Y que, más de lo que queremos admitir, internet también es vulnerable.

 

 

 

Pepe Flores

Pepe Flores (@padaguan) es profesor universitario, activista y promotor de la cultura libre. Director de Comunicación en R3D: Red en Defensa de los Derechos Digitales; vicepresidente en Wikimedia México e integrante de Creative Commons México. Es maestro en Comunicación y Medios Digitales por la Universidad de las Américas Puebla. Escribe e investiga sobre privacidad, vigilancia, libertad de expresión, copyleft y tecnologías cívicas. Nerd.