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Los nuevos materiales de los que están tejidos los cuerpos

Por Rosario Loperena /

12 mar 2022

Un texto que deriva hasta culminar en poema: La autora se cuestiona la condición del cuerpo en un momento donde las presencias virtuales se exhaltan ante un presente pandémico.

 

 

¿Serán capaces los píxeles de dibujar
los sueños que se alojan detrás de cada ojo?

 

[1- El cuerpo es material. Es denso. Es impenetrable. Si se lo penetra, se lo disloca, se lo agujerea, se lo desgarra.

2-El cuerpo es material. Es aparte. Distinto de los otros cuerpos. Un cuerpo empieza y termina contra otro cuerpo. Incluso el vacío es una especie muy sutil de cuerpo.

3-Un cuerpo no está vacío. Está lleno de otros cuerpos, pedazos, órganos, piezas, tejidos, rótulas, anillos, tubos, palancas y fuelles. También está lleno de sí mismo: es todo lo que es.

4-Un cuerpo es largo, ancho, alto y profundo: todo eso en más o menos gran tamaño. Un cuerpo es extenso. Toca de cada lado a otros cuerpos. Un cuerpo es corpulento, incluso cuando es flaco.]

 

Estos son los primeros cuatro incisos de los cincuenta y ocho que escribió Jean-Luc Nancy sobre el cuerpo. Cuando lo hizo no sospechaba, al igual que ninguno de nosotres, que el cambio de época estaría trazado por una pandemia que limitaría el antes y el después de las nociones de corporalidad bajo las cuales nos relacionamos con el mundo.

Si bien la noción cartesiana que dio pie a lo que llamaré la subordinación de la carne, y la separación del cuerpo del sujeto del cuerpo social, bajo los supuestos de la superioridad del alma como un ente independiente de los órganos y huesos, y que derivaría en la justificación de la explotación moral por parte de ideologías y religiones y de la explotación corporal por parte del capital —y que fue la filosofía dominante durante la revolución industrial—, fue, hasta la llegada de Freud, con postulados que volvían a unir en una sola materia el cuerpo y la psiquis, acercándose con esto a las visiones no occidentales donde el cuerpo es un todo, el cuerpo es también un texto que proviene del alma, y gracias al psicoanálisis tendría posibilidades de leerse. En la modernidad, entonces, se entendería el lenguaje como una extensión del cuerpo y a éste como el resultado de la palabra, abriendo así un vehículo de emancipación del sujeto de su condición de máquina en la que está inmerso en el laberinto capitalista.

A pesar de los coqueteos recientes con la idea de cyborg, es gracias al momento histórico actual donde podemos cuestionar de forma simultánea miles de personas en todo el mundo, el papel de nuestros cuerpos dentro de la excepción de la pandemia. Es debido a un virus que se apropia del espacio público y de los espacios individuales que debemos recluirnos para sobrevivir, pero esta sobrevivencia exige que trabajemos, convivamos e intercambiemos a través de pantallas. La repartición de los afectos entonces está mediada por dispositivos electrónicos que dejan al cuerpo con sus dimensiones físicas en segundo plano (que al mismo tiempo están salvando al cuerpo del contacto con otro cuerpo).

Sin embargo, la experiencia del sujeto en soledad es producto también de lo que devuelve la pantalla misma. Es decir, el cuerpo empieza y termina donde lo hace la conexión a internet con el otre, pero continúa en su aislamiento y soledad con un discurso que se ha fragmentado, desnudando la vulnerabilidad ante la conexión en red. Conexión que expone la imagen y la existencia a vigilancia, publicidad, tráfico, y a una nueva moral donde cualquiera es “libre” de “ser quien quiere ser” y con ello sostener pensamientos o agredir o vender o gobernar al otro sin estar presente.

El espejo de estos días, el espacio del reflejo —propio y ajeno— es la videollamada, con la novedad de que cada reflejo mío ya no sólo me pertenece a mí. Me he vuelto del dominio público, en voz, en imagen, en trabajo y en pensamiento. Ahora le pertenezco al todo. Al todo de la red.

La nueva configuración de la identidad dibuja una frontera distinta entre lo público y lo privado, un extrañamiento de nuestra propia imagen —interpretada ahora por la intervención de la pantalla que es la encargada de proyectar y devolver la respuesta sobre quién soy.

En esta nueva modalidad de interacción con los otres, ¿cómo pongo el cuerpo frente a una pantalla que me mira, en la que me miro, en la que me miran? ¿Dónde encuadro aquello que seré para el otre por un tiempo limitado? ¿Qué soy y qué seré en cuanto salga del perímetro que abarca esa cámara?

Tal vez la pregunta, como intuye Paul B. Preciado, es: ¿cómo gestionaremos nuestros cuerpos a partir de esto?, ¿cómo el amor, la comunicación?, ¿cómo los nuevos lenguajes donde para los otros somos virtuales, pero para sí mismo se es “demasiado cuerpo” y se está demasiado lejos y demasiado solx?

¿Cuál es la verdadera distancia entre un cuerpo y otro si quien está mediando no es solamente el dispositivo y la conexión, sino las posibilidades de poseerlos?, ¿cuáles son los límites de la existencia del sujeto si no se encuentra dentro de los millones de millones de puntos de la red?

La confusión generada entre los límites de lo “real” y la transmisión de la señal, del virus, de la información, del miedo, del mensaje ha llegado a extremos fuera de la lógica, pero con una lógica de códigos esquizofrénicos en los que el adentro y el afuera entretejen una doble vinculación angustiante. Entre la obediencia y el cuidado, la solidaridad y la supervivencia, la explotación y la administración de los tiempos, los discursos de algunos gobiernos cada vez más irracionales, las teorías y el pensamiento mágico —una de las máximas expresiones de este desequilibrio del lenguaje ha sido sostener en algunas regiones del mundo, que las antenas de transmisión de internet 5G, también transmiten la enfermedad—. Quizás la pregunta correcta sea, ¿qué clase de enfermedad, además del virus bien delimitado que conocemos, está sufriendo el lenguaje cómo manifestación del desplazamiento del cuerpo?

 

La propiedad del cuerpo ¿es privada?

Si bien sabemos que varias luchas sociales han reivindicado la autonomía o autorregulación de los cuerpos como consigna de conquista de derechos, de emancipación —pero como varios autores han postulado, si algo sabe hacer el capitalismo, es desterritorializar—, hoy vemos en las redes sociales cómo bajo la premisa de “mi cuerpo es mío" se justifica el malentendido “derecho” de contagiar al otro.

El cuerpo propio entonces es un territorio que está bajo la regulación del Estado, sí, de la tecnología, sí, y del inconsciente propio, también. No hay que olvidar que los modos de estar en el mundo dependen de la cosmovisión y herencia/pertenencia de los sujetos; en otras palabras, de la concepción de su lugar dentro de un territorio compartido con los demás cuerpos. Dos ejemplos que nos hablan de estos contrastes son:

Para los antiguos nahuas y podríamos decir todo Mesoamérica, y podríamos hablar también de cualquier cultura pre-capitalista, el cuerpo es parte de un todo que incluye cosmos, fauna, flora, otros seres humanos e incluso seres o fuerzas invisibles que comparten territorio; por lo tanto, la salud, la muerte y cualquier accidente del cuerpo es un acontecimiento compartido, de ahí su estrecha relación con los cantos comunitarios. La palabra es de todos y actúa como un agente de cohesión medicinal, de intercambio económico y sustento comunitario. Esto produce un tipo de organización que puede solucionar y gestionar los cambios y los embates de la existencia en grupo, pensando en todos, en el cuerpo social a través de la palabra comunal.

Para sociedades capitalistas, en cambio, el individuo es el centro del universo, puede explotar, destruir, independizarse, y en esta situación también sería legítimo que contagie, pues el cuerpo es también independiente de su condición compartida. Así, vemos hoy pancartas que claman por tener un corte de pelo en medio de la cuarentena, mientras no sabemos de la situación y el destino de comunidades enteras que no cuentan con ningún tipo de conexión electrónica, desapareciéndolas del imaginario público.

¿Será que la tecnología nos ofrece un mundo de conocimiento más amplio?¿Será que dentro del territorio de las pantallas existe la oportunidad de organización comunitaria? ¿O es que la pantalla nos acerca más a la visión de individuo? ¿Cómo ser con el otro a través de una señal satelital?

Quizás el único terreno utópico posible en estas circunstancias es el lenguaje, quizás siempre ha sido el lenguaje. El cuerpo es el territorio del lenguaje, y en él está la posibilidad de gestionar la pantalla para hacerla un terreno fértil y común. Un terreno del sueño que está por contarse.

¿Serán los píxeles capaces de contar toda la tristeza del mundo?

 

Remedio para quitarse el cuerpo

 

Enrollar la piel como una tela

como si

extremidad envuelta en cáñamo

recoger los pulgares los talones

como si

frutos rojiaceos destilaran

Retirar el rostro en un solo movimiento

hacer de la máscara de cara

otra máscara otra cara

para volver a separar la cara

de la máscara del cráneo

Tragar de un tajo el polvo

Todo el polvo

Hacer el polvo

hacer más polvo

más polvo el diente ser uno el diente todo

Hacer hincar el pensamiento

Hacer hincar la víscera que habla

arrancar las patas del insecto

una por una mientras vuela

palabra insecto

hacerlo doblegar hasta la nausea

arrancar el grito orinado de un bastardo

revolver con las manos el vacío

untarnos el vacío por los cabellos

retorcerlo

Duplicar la voz hacer un eco

un fantasma otro yo

alguien que habla

escuchar la copiadura exacta

el cuerpo propio repetido en habla

Llorar con un ojo mientras el otro canta

Escuchar el oleaje de la leche

en los pechos de las madres

escuchar antes del vientre

el nódulo la falla

coagula la falla que florece

Reconocer latidos rancios en

los pasos de cucarachas viejas

Lamer los ojos de cucarachas viejas

Lamer los vientres de cucarachas viejas

Morderlas

Zambullirse en el olor de cal de átalo de lirio

cuando se pone al fuego

Zambullirse en el rumor de los crustáceos

que se asfixian en la balsa de la boca

Aspirar la raíz amarga de lo vivo

del cuero hasta la úlcera

hasta libar del paladar capullos

tenues húmedos de látex

Despreciar la curva por el peso

por la perfección de su limado

Huir de la erguidura

Huir de la belleza

De la perfección de los montajes

de la incrustación del vello

Huir de seda sal de mar

De lo geométrico

Huir de la belleza

Huir de la sal

que es un adorno del ritmo lo redondo

huir de la belleza

Esquivar la dulzura de lo negro

la caída de los párpados

Huir de la belleza

Retornar donde el dolor

lagarto ciego no es lamento

y el placer no es gozo ni esperanza

Entrar en los puntos binarios de la estática

abrir la estática

habitar la estática

hacer ahí la casa

donde no hay

ni negro ni gris ni blanco ni belleza

ahí besar

entre la estática

lo que nos queda

besar entre la estática

besar entre la estática

lo que nos queda

entre la estática

ahí besar

besar lo que nos queda

en la cabeza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rosario Loperena

Nació en la ciudad de México, estudió antropología social en Universidad Autónoma Metropolitana y escritura creativa en el PEC de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Es poeta y fue becaria del FONCA en 2014-2015.