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Ciudades virales, ciudades sanitizadas:

biopolítica y mutaciones contemporáneas

Por Donovan Hernández Castellanos /

9 jun 2020

 

Nunca hubo o tal vez no hay, un urbanismo que no sea el de la biopolítica, reflexiona Donovan Hernández Castellanos en este artículo donde hace un recorrido de las ideas foucaultianas alrededor del biopoder hasta las sociedades de control tecnológico avizoradas por Hardt Negri y Bifo. Su reflexión se concentra en la forma en que el arte puede contribuir a la generación de mecanismos de resistencia ante los dispositivos de control. ¿Hacia dónde irá la urbanización bajo la nueva pauta impuesta por una pandemia?, es la pregunta que subyace en este artículo.

 

¿Cómo podemos hablar de eventos privados

cuando nuestros cuerpos han sido legislados por el Estado? 

Félix González-Torres

 

En 1993 Félix González-Torres, artista cubano reconocido por sus esculturas minimalistas, exhibió la instalación Untitled (Last Light). La pieza, una sutil composición de hileras de bombillas que refulgen sobre un fondo oscuro, trabaja sobre el duelo y la experiencia de la pérdida que él y su pareja, ambos enfermos de sida, vivieron en la sociedad estadounidense. Pérdida que se manifiesta en distintos registros: primero por la segregación social y luego por la discriminación que pesaba como un estigma sobre la comunidad gay racializada; pérdida de sí, en fin, a la que se suma un control clínico sobre los cuerpos afectados por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, lo que hizo declarar a González: Nadie me posee (Nobody owns me). Irónicamente uno de los comentarios más mordaces de los efectos del sida, la primera pandemia verdaderamente global del siglo XX, destaca por la ausencia total de los cuerpos y sus fluidos (lo que contrasta con los performances de Ron Athey) y refuerza su poética evocativa por la falta de figuración de esos cuerpos percibidos como abyectos.

Félix Gonzalez-Torres, "Untitled" (Last Light), 1993

    De otra manera, Sebastian Bieniek produjo una serie de fotografías en abril de 2020 que dieron lugar a su obra Coronakunst: diversas tomas de parques y lugares públicos abandonados y laxamente acordonados con cinta barrada por las autoridades de Berlín. Se trata de un acervo de estrategias que, como nos han enseñado los medios, son completamente habituales en todas las prácticas de contención pandémica y de reclusión voluntaria empleadas por los gobiernos con el objetivo de ralentizar la propagación del coronavirus. La escueta pero insistente presencia de esta cinta en medio de ciudades espectrales evoca, con una literalidad exenta de las dolidas atmósferas de González, “todo el sufrimiento y dolor que vivimos (…) desde que el virus apareció” según palabras del propio Bieniek. Lo que no le impidió concebir su escultura Barrier Tape Art N°1 como la celebración del triunfo sobre el infecto corona, ni haberla vendido en ciento cincuenta mil euros. Más allá del oportunismo de la pieza y su autor, el título de la serie es revelador: la desaparición masiva de las poblaciones es una obra del coronavirus, que es una manera de traducir la expresión alemana Coronakunst.

Sebastian Bieniek, Coronakunst, 2020.

 

    Tenemos, pues, dos piezas artísticas que, a su modo, reflexionan y encaran experiencias irreductibles de la enfermedad y sus metáforas, el cuerpo y su ausencia, las urbes y el enfrentamiento ético de las sociedades con malestares pandémicos. Dos gestiones, por tanto, de las poblaciones en ciudades virales y ciudades sanitizadas: Miami y Berlín. Se trata, por último, de dos ciudades globales cuyos modelos han sido definitivos y definitorios de sendas versiones de la modernidad que conforman historias cruzadas sobre los poderes de hacer vivir y dejar morir a sectores enteros de las poblaciones mundiales.

 

Biopolítica y gubernamentalidad

Michel Foucault (2005) designó a esos poderes con el nombre de biopolítica: se trata de la gestión de las poblaciones a través de técnicas y racionalidades gubernamentales que, por una parte, se ejercen sobre el conjunto demográfico, totalizándolo, y, por la otra, gestiona los recursos, medios y disposiciones para su sostenimiento individual. Omnes et singulatim, todos y cada uno: de eso se trata la gestión biopolítica de las poblaciones; al menos desde el siglo XVII, si hemos de creerle al pensador francés. Toda vez que, con la conformación de los Estados territoriales en Europa, la modernidad ingresaba en un nuevo umbral biológico: si de Aristóteles aprendimos que el humano es un animal político, la modernidad gubernamentalizó la animalidad viviente del ser racional.

La razón de Estado hizo crecer las fuerzas de sus habitantes para competir en extensión territorial y densidad demográfica con los reinos vecinos; al mismo tiempo, aumentar la duración y calidad de vida fue un imperativo de los poderes que, a pasos agigantados, centralizaban las viejas artes del gobierno.

La conducción de las poblaciones se volvió necesaria y, con ella, la mutación de los dispositivos de poder en el arco que va del siglo XVII al XIX (Foucault, 2006): la soberanía, antaño un atributo del derecho natural, se especializó como un control sobre el territorio y sus propiedades; las disciplinas transformaron la extensión urbana en una retícula analítica, segmentarizada, que distribuyó poderes capilares, microfísicos, capaces de producir sujetos dóciles y cuerpos eficientes para la industria; el gobierno, finalmente, se encargó de conducir las conductas de los demás, conformando reglas del juego y procesos de urbanización de las grandes ciudades europeas. Rápidamente, de París a Austria, de Ámsterdam a Londres, la policía de las familias convirtió a la higiene en crecimiento demográfico y al núcleo familiar burgués en virtud. De este modo, la vida de las poblaciones ingresó en el cálculo político de los Estados modernos.

 

Breve genealogía de los urbanismos pandémicos

El crecimiento de las ciudades y la racionalidad biopolítica ocurrieron en la misma proporción en que se refinaban las artes de gobernar. Nunca hubo –tal vez no haya– un urbanismo que no fuera aquél de la biopolítica. Philipp Sarasin (2020) mostró que los modelos de contención de las grandes epidemias han configurado, para Foucault, los modelos de gestión urbanística del espacio metropolitano de las grandes ciudades europeas. En la opinión de Sarasin, habría tres modelos de pandemias-urbanismo o de urbanismos pandémicos que responden a tres ciclos de la biopolítica moderna: 

  1. El sendero de la infección: al final de la Edad Media los leprosorios, asentados a las afueras de las nacientes ciudades del Renacimiento, eran espacios de exclusión y encierro de la enfermedad de Hansen (como se la llamara durante el “período científico” del tratamiento de la lepra). Durante el siglo XVII se convertirán en los centros de reclusión del Gran Encierro; aquél que dividiría los designios de la Razón y la Sin Razón, todavía a la espera de ser designada como enfermedad mental por el siglo XIX.

  2. El modelo de la peste: a diferencia de la novela de Camus, para quien La peste es alegoría de la ocupación nazi sobre Francia, Foucault mostró que la contención de esta epidemia correspondería a la disciplina: diagrama cuadricular del espacio que otorga un lugar para cada cuerpo y obliga a sus habitantes a la reclusión forzada. Los que se mueven arriesgan sus vidas: contagio o castigo. Una racionalidad punitiva se instala en el corazón de esta gestión militar del espacio, vigilancia excesiva que pesa sobre cualquier desvío de la norma.

  3. El modelo de la viruela o las prácticas de vacunación: si la lepra es excluida y la peste es regida por el confinamiento, la viruela fue combatida por el siglo XVIII con una dupla: libertad y vacunación. En otras palabras, el modelo de la viruela se basa esencialmente en el hecho de que el poder abandona su sueño de erradicar por completo los patógenos invasores, los gérmenes de la enfermedad, y monitorea a la sociedad. El poder coexiste con el intruso patógeno: identifica su incidencia, recopila estadísticas, lanza campañas médicas, etc. Únicamente cuando el poder busca disciplinar a la viruela corre el riesgo de volverse totalitario.

 

Sociedades de control y biopoder

Como bien señala Sarasin, Foucault estudió los tipos de racionalidad gubernamental que enfrentaban tres enfermedades pandémicas en el pasado. Nosotros, en cambio, vivimos realmente un nuevo brote: el infecto corona. Sin embargo, de esos modelos de gestión urbanística de los brotes epidémicos surgieron, en cierto modo, los dispositivos de seguridad; estos, analizados por Frédric Gros (2012), se han concebido de diversas maneras en la historia occidental: la imperturbabilidad del alma con los estoicos, la certeza del fin del mundo con los milenarismos cristianos, una sociedad sin clases con el socialismo europeo, la bioseguridad en el neoliberalismo.

Han sido Toni Negri y Michael Hardt (2005) quienes, en su inabarcable obra Imperio, han definido las sociedades del control tecnológico en las que vivimos. Proveniente de las luchas del operaísmo italiano, Negri abrió la lectura del marxismo al estudio de la mercantilización de la información, los equipamientos subjetivos y la creciente integración financiera de los mercados capitalistas. Al igual que Bifo, Hardt y Negri vieron en la producción semiótica de mensajes cibernéticos un eje coextensivo a la desterritorialización de la producción (las empresas automotrices, por ejemplo, tienen oficinas en Alemania y Estados Unidos, pero explotan la fuerza de trabajo en Asia y América Latina), la conformación de un orden jurídico internacional (organismos como la OCDE, el FMI o la OMS delinean disposiciones para los estados soberanos) y la desmaterialización de la economía (el software sustituye al hardware, el código al mensaje, la información a la industria pesada, etc.). Todo ello da forma al Imperio posmoderno que extiende el control cibernético sobre las sociedades. Por esta razón, para Hardt y Negri la biopolítica tiene que ver con la desmaterialización de las formas de vida de la subjetividad.

Como han demostrado las multitudes que resisten en el mundo, las luchas económicas y sociales han llevado el escenario del combate entre cuerpos a una arena digital y, aún, biodigital que compromete las libertades civiles y políticas en la globalización.

Pensemos en las manifestaciones de Hong-Kong, donde activistas y artistas que trabajan con código descubrieron que el gobierno chino utiliza un algoritmo de reconocimiento facial, que compromete la identidad de los manifestantes y su seguridad personal. En Chile, recientemente, fuimos testigos de las nuevas escaladas de la imaginación política de los manifestantes posmodernos al ver fotografías que parecían tomadas de películas como Star Wars: los carabineros empleaban drones para el reconocimiento táctico de las calles, ocupadas por las barricadas de los resistentes, por lo cual los manifestantes los combatieron con rayos láser que dificultaban su navegación. 

Irene Posch y Ebru Kurbak, Knitted Radio, 2013.

A menudo estas disputas por el espacio público en la biopolítica digital son también batallas entre medios. En las protestas de 2013 en Taksim Square, Turquía, los artistas Irene Posch y Ebru Kurbak tejieron un suéter que incluía un transmisor de radio FM. Su Knitted Radio proponía el uso de técnicas tradicionales de confección de textiles con el objetivo de crear dispositivos electrónicos. Esta pieza wearable permitía transmitir en tiempo real una cobertura de las manifestaciones a través de radios libres. A su manera, Harun Farocki y Jodie Mack también han mostrado en sus filmes la relación entre las técnicas artesanales o industriales del textil, el trazado urbanístico de las ciudades en períodos de guerra o comercio, y el emergente campo de la cibernética. De este modo, a toda gestión biopolítica que controla y administra a las poblaciones se le enfrenta un biopoder que hace que los pueblos o las multitudes resistan y contesten a las técnicas de gobierno.

 

Gobernanzas aleatorias: actualidad de la biopolítica

A partir de la reflexión en torno a prácticas artísticas quise mostrar que el abordaje de la biopolítica implica siempre el ejercicio de pensar a las ciudades, la disposición de sus espacios, su racionalidad urbanística, el control de las poblaciones y las enfermedades que pueden extenderse en ella. Implica también pensar las resistencias que, en las luchas urbanas y digitales, se enfrentan a la expansión de biocontroles sobre el resto de la sociedad. La biopolítica, de algún modo, supone la distinción entre ciudades virales y ciudades sanitizadas: dos tipos de gestión del riesgo en la era de la hiperconexión.

Sin embargo, frente a la emergencia del covid-19 ¿qué modelos de gestión poblacional están surgiendo? Cabría hablar, al menos, de tres paradigmas de gestión del riesgo que definen estrategias mundiales de contención del brote pandémico: 1) la reclusión intensiva de la población, practicada por China, Corea del Norte y Rusia, 2) la apuesta por la inmunidad de manada a la que se arriesgó Inglaterra, Brasil y Suiza, y 3) el modelo centinela de contención que consta de proyecciones estadísticas y control focalizado de contagios en los brotes comunitarios. México, Corea del Sur y España han utilizado este modelo. En estos, la parte es más grande que el todo porque una pequeña extensión territorial puede ser un foco de contagios más intenso. Por supuesto, resulta significativo que cada uno de estos paradigmas de ciudades virales se viera obligado a aceptar márgenes de imprecisión e incertidumbre matemática respecto de sus proyecciones. Probablemente estas experiencias nos muestren que, a futuro, tendremos que aceptar e incluso convivir con la incertidumbre; la cual, paradójicamente, se ha convertido en un factor constitutivo del estudio científico de las regularidades en el universo.

Sin duda, la fantasía del control absoluto de los pueblos a través de las tecnologías estará presente largo rato; como evidencia la insistencia de China de producir algoritmos que rastreen el GPS de los teléfonos para saber si el usuario cumple con la cuarentena o no. La seducción totalitaria de estos mecanismos punitivos antecede al surgimiento de los nuevos medios digitales. Pero el sueño de un poder absoluto es incolmable. Ejemplo: en 2001 el artista Renaud Auguste-Dormeuil creó una bicicleta con paneles reflectantes que no podía detectarse por una mirada vertical proveniente de un avión o un satélite, la llamó Contra-Proyecto Panopticón.

Renaud Auguste-Dormeuil, Contra-Proyecto Panopticón, 2001.

Como señala Luciana Parisi (2013), el urbanismo contemporáneo de las sociedades post-cibernéticas ha debido incluir la anomalía dentro de la programación y diseño de las ciudades, con lo cual las culturas digitales basadas en algoritmos implican siempre una dosis de aleatoriedad que es constitutiva de las nuevas tecnologías. Las arquitecturas inteligentes, el biodiseño y los nuevos espacios ya no obedecen patrones de control convencionales, sino que interactúan con mutaciones como ocurre en el campo biológico. Parisi denomina metereotopología a esta nueva ciencia de la mutación en las programaciones avanzadas de la cultura digital. De este modo, tal vez somos testigos de la confirmación de una tendencia que proviene de inicios del siglo XXI: el gobierno ya no trata de regular todas las variables, por ejemplo pandémicas, sino que se adapta a la curva y la aleatoriedad que implica toda mutación orgánica y digital. 

El contagio de los virus biológicos e informáticos introduce un nuevo nivel de determinación que obliga a los gobiernos a confiar en probabilidades indeterminadas y, así, lo expone a enfrentarse a datos que producen reglas alternas. Es así que el gobierno se transforma, en nuestros días, en una práctica retroactiva de la indeterminación y la variabilidad: se calcula el futuro para tomar medidas en el presente. No cabe duda de que eso impactará en nuestra libertad tanto corporal como digital, misma que tendremos que reinventar siempre.

 

Referencias

Foucault, M. (2005). Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI, México.

__________ (2006). Seguridad, territorio, población. Fondo de Cultura Económica, Argentina.

Gros, F. (2012). Le príncipe sécurité. Gallimard, Francia.

Hardt, M. y Negri, A. (2005). Imperio. Paidós, Barcelona.

Parisi, L. (2013). Contagious architecture. Computation, aesthethics, and space. The MIT Press, Estados Unidos.

Sarasin, P. (2020). Mit Foucault die Pandemie verstehen? Disponible en la www. https://geschichtedergegenwart.ch/mit-foucault-die-pandemie-verstehen/?fbclid=IwAR2mOg10Zx9-eIi90yx4LmoByCMXiCRhORkvqoqupTL_l1QxKOjuSLsUnVI [Última consulta el 29 de abril de 2020]

Donovan Hernández Castellanos

Filósofo, escritor y activista. Realizó su posdoctorado en estudios poscoloniales en la UAM-X. Es autor dos libros sobre Michel Foucault y de Arqueologías urbanas, topografías críticas: la dialéctica de la ciudad en Siegfried Kracauer y Walter Benjamin (Parmenia, 2020). Ha publicado materiales sobre derechos humanos y ha participado en política pública. Ha colaborado con la prensa y la radio en México y España, publicando en La Jornada, Desinformémonos, Ágora Sol Radio, IMER y Rompeviento TV. Participó en el seminario-semillero El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista convocado por el EZLN y fue invitado como observador en el V Congreso Nacional Indígena. Ha colaborado con los colectivos artísticos IMECA, la compañía escénica Teatro desde la grieta.  En 2018 escribió una columna sobre arte contemporáneo en Apócrifa Art Magazine. Su libro El color de la tierra: crónicas desde la autonomía saldrá en 2020 por la editorial independiente ¡Ay, Bacantes!