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Carlos López-Aguirre

Periodista y escritor

Periodista y escritor mexicano. Es colaborador de las Revistas Yorokobu de Madrid y Suburbano de Miami. Su escritura forma parte de la Antología de crónica latinoamericana actual, editada por Alfaguara y de la Antología de relatos Huellas en el Mar, de Suburbano Ediciones. Es co-fundador del Taller de Lectoescritura en Papel y Pantalla que se ha impartido en el Centro de Cultura Digital y el Centro Cultural España de la Ciudad de México.

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Fabricar Historias de Chris Ware: ¿el fin de la lectura lineal analógica?

Por Carlos López-Aguirre /

3 dic 2015

Aprender a leer es uno de los procesos humanos más apasionantes. Al tener tan asumida la idea de la lectura, hemos llegado a considerar que leer es casi un acto natural. Nos olvidamos de que alguna vez, en nuestra infancia, fuimos analfabetas y que en aquel momento, con la mente fresca de la juventud, supimos que los sonidos se podían convertir en grafías: en letras, era casi mágico comenzar a descifrar cada palabra hasta hilar una frase, y lo más increíble: comprenderla.

La práctica se convierte en hábito. No hay un solo día que dejemos de leer. Las letras y las palabras aparecen por todos lados, desde la etiqueta de una lata hasta en los señales de tráfico. Leer se convierte en un acto involuntario. Y las palabras se vuelven parte esencial de nosotros, de nuestra memoria.

Porque nuestra historia se escribe con palabras, es imposible hacerlo de otra manera. Algunos podrían decir que la nostalgia o los recuerdos están llenos de imágenes y sentimientos. Pero explicarlos o entenderlos, sólo se puede hacer con palabras o simplemente no se pueden explicar (como muchas veces solemos decir). Las palabras se cuelan en la mente, recorren nuestro cerebro, lo agrandan o lo achican como expande o reduce nuestro universo.

Al igual que las palabras, las historias son parte fundamental de nuestra vida. Porque las historias son hechos, sucesos, es decir cosas que pasan día a día. Con el paso de los años palabras e historias se confunden: en la calle, en el cine, en la memoria y, por supuesto, en los libros. La narrativa se ha convertido en el género literario más demandado por los lectores. En los últimos años, dentro de la narrativa ha nacido un subgénero que ha llamado la atención por su estética como por su profundidad: la novela gráfica.

Mitad cómic, mitad novela, este género narrativo en general sigue cumpliendo con la tradición fundada por Cervantes y otros genios, con una estructura lineal de planteamiento, nudo y desenlace. No importa que el orden varíe. Ha habido muchos experimentos para romper con esta línea, Rayuela de Julio Cortázar es uno de los ejemplos más conocidos.

Fue hasta la llegada de las computadoras y su universo digital cuando la forma de narrar cambió por completo. El formato de la Literatura Digital permitió convertir las historias en un rompecabezas que lector debía armar a golpe de decisiones y de clics. La historia entonces se transforma, cada lector seguirá caminos distintos. La misma historia contada de diversas maneras a partir de la interacción.

La lectura dejó de ser lineal para ser conectiva. Algo que se supone casi imposible en formato analógico, hasta que llegó Fabricar Historias de Chris Ware, considerado por los especialistas como “el Ulises de la novela gráfica”.

¿Pero quién es Chris Ware para tal consideración de su obra? Un hombre que cuando era apenas un estudiante que se dedicaba a publicar sus tiras en el periódico universitario The Daily Texan, recibió la llamada de Art Spiegelman, el consagrado autor de la famosa novela gráfica Maus, para que publicara su trabajo en la revista RAW, principal publicación del movimiento del cómic alternativo de los años ochenta. Muchos hubieran querido recibir esa llamada, pero Ware declinó la invitación. ¿La razón? No creía que su trabajo tuviera la calidad suficiente.

Aparte de Fabricar Historias, Ware publicó previamente dos novelas gráficas, The Acme Novelty Library y Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo, por la que recibió varios premios y el reconocimiento internacional. Sin embargo, su último trabajo ha llamado la atención incluso de aquellos que no somos lectores de cómics.

En resumen, la obra cuenta la historia de una mujer tímida y solitaria que pierde una pierna en un accidente. ¿Quién es esta mujer? ¿Cómo pierde su pierna? ¿Qué siente? ¿Dónde vive? ¿Cuál es su pasado?

Para encontrar las respuestas debemos hurgar en todo el material que contiene la caja de Fabricar Historias:

 

* un plegado en cruz de ocho páginas

* veinte páginas plegadas a modo de diario

* un tablero desplegable de cuatro tapas

* un díptico cerrado de cuatro páginas

* tres revistas que suman cincuenta y dos páginas

* dos libros encuadernados que suman ochenta páginas

* ocho páginas impresas plegadas en cruz

* dos cuadernillos que suman cuarenta y ocho páginas

* tres tiras cómicas, una de ellas en cuadernillo de cincuenta y dos páginas

 

 

No hay instructivo. Al abrir la caja, el lector debe guiarse por su instinto o dejar que juegue el azar o simplemente tomar una decisión del camino a seguir. Los diversos formatos, tamaños y formas, convierte la obra en algo cercano a un juego. Podemos saltar de un cuadernillo al tablero y de éste a una de las revistas. Las combinaciones de lectura se vuelven infinitas, lo increíble es que no estamos frente a una pantalla, sino ante una historia analógica no lineal que obliga al lector a participar, a interactuar, a tomar decisiones, a decidir los caminos que la historia debe tomar. Y al igual que en la literatura digital, cada lector se topará con una historia distinta dependiendo de sus decisiones ya sea basadas en el formato, el tiempo o la simple curiosidad.

Ware ha dicho en innumerables ocasiones que siente “curiosidad y recelo” ante el avance de la tecnología. Y aunque jamás ha expresado que su obra sea para confrontarla, Fabricar Historias desafía a la tecnología, pues resultaría casi imposible llevarla al mundo digital tal y como nació. Reinterpretaciones podrán hacerse muchas (y seguro se harán). Pero sobre todas la cosas, la obra demuestra que no se ha agotado la capacidad de la tecnología analógica.

Curiosamente, al igual que la literatura digital, Fabricar Historias es considerada más una obra de arte que un libro de narrativa o un cómic.

 

 

Con esta obra se inaugura una nueva forma de crear y de leer. Es cierto que el mundo analógico, por su carácter material, requiere de muchos recursos. No obstante, sigue siendo el talento y la voluntad la que permite diseñar estos artefactos artísticos que logran sorprender tanto como lo que puede surgir en una pantalla. 

El mundo compuesto de papel y tinta resiste con este tipo de creaciones, se defiende del avance imparable de las pantallas y todos sus lenguajes y metalenguajes. Se reafirma en el mundo que ha gobernado a golpe de ingenio y de reinventarse para ofrecer nuevas perspectivas y romper esquemas.

Fabricar Historias nos da la oportunidad de volver a aprender a leer, como lo hicimos cuando éramos niños; de ver la lectura como un juego, como un rompecabezas que debemos formar para descubrir cosas nuevas; de descubrir que la narrativa puede desarticularse de tal manera que una historia puede convertirse en muchas historias: la que cada uno mismo fabrica.

Carlos López-Aguirre

Periodista y escritor

Periodista y escritor mexicano. Es colaborador de las Revistas Yorokobu de Madrid y Suburbano de Miami. Su escritura forma parte de la Antología de crónica latinoamericana actual, editada por Alfaguara y de la Antología de relatos Huellas en el Mar, de Suburbano Ediciones. Es co-fundador del Taller de Lectoescritura en Papel y Pantalla que se ha impartido en el Centro de Cultura Digital y el Centro Cultural España de la Ciudad de México.