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Por Jordana Blejmar /

30 sep 2015

Durante siete meses, desde que le diagnosticaron cáncer hasta tan solo diez días antes de su muerte, la arquitecta María Vázquez (“la emperatriz punk”, “Marie” o @kireinatatemono) relató en Twitter, Facebook e Instagram, pero sobre todo en el primero, siempre sagaz e irreverente, cómo era vivir y morir de esa enfermedad. Pronto se convirtió en una sensación de las redes sociales, una mega tuitstar del Show de la Kimmy Oh, “cruel y despiadada pero decidida a triunfar cueste lo que cueste”, como ella misma se rebautizó frente al tratamiento en una nota imperdible que publicó en La Agenda.

A lo largo de esos meses Marie reclutó cientos de seguidores anónimos y, extrañamente, miles más aún después de su muerte. Tanto estos “nuevos groupies”, como los llamó una de sus amigas (otra integrante de la realeza apócrifa del ciberespacio), como los que la seguían desde los tiempos en que escribía en la revista digital Cotorra o en alguno de sus blogs, comentaban sus tweets, difundían sus mensajes “retuiteándolos” y le enviaban flores, regalos, luz y rezos varios, estos últimos algo resistidos, tratándose la convaleciente de una atea confesa.

Marie había conseguido un séquito de followers que la admiraban no tanto por su “luchacontraelcáncer” (que, después de todo, nunca exhibió verdaderamente en público) como por la ferocidad de su escritura, se tratase de su enfermedad, de los ácidos comentarios sobre la farándula local, o de las películas y libros que leía y recomendaba en sus blogs.

Porque Marie escribía bien y era graciosa tuviera o no cáncer, y si algo se merece es que la recordemos más allá de lo que produjo en estos últimos meses. También es cierto, no obstante, que si armó tanto revuelo a causa de sus últimos tweets fue porque logró desdramatizar la muerte como yo nunca había visto o leído antes. Y sobre todo como no sabía que se podía.

En sus micro-relatos Marie usaba el humor no sólo como una forma de liberarse del sentimentalismo, sino sobre todo como un modo de afirmarse victoriosamente, pues en el humor, ya lo decía el mismo Freud, “el yo rehúsa a dejarse imponer el sufrimiento por realidades externas y a admitir que los traumatismos del mundo exterior puedan afectarle; aún mas finge, incluso, que pueden convertirse para él en fuente de placer”.

Cuando se conoció la noticia de su muerte más de uno recordó a Gabriela Liffschitz, escritora y fotógrafa profesional que en los inicios del nuevo milenio se desnudó – literalmente– en textos e imágenes conmovedores que dejaban al descubierto sus varias cicatrices. Yo en cambio me acordé de Andrea Rabih, acaso uno de los tesoros mejores guardados de la literatura argentina, tal vez menos secreto después de que en 2013 se publicara su obra completa.

Rabih murió en noviembre de 2001 a los 34 años a causa de un melanoma. En sus últimos relatos las protagonistas femeninas contaban distintos aspectos de una vida a punto de extinguirse, cuentos que tienen en común con los tweets de Marie la voluntad de hablar sin eufemismos ni solemnidad sobre la enfermedad y la inminencia de la muerte. Las mujeres de Rabih se prueban distintas pelucas para dar rienda suelta a la imaginación erótica, compiten con otros enfermos para ver quien ha sufrido más y quien se ha bancado más estoicamente la enfermedad, y observan, desde su fantasmagórica existencia, cómo será la vida de sus hijos pequeños cuando ya no estén allí para cuidarlos.

En un bello prólogo a su obra Carlos Gamerro, que describe así el universo ficcional de Rabih, dice también que en su literatura la manera de contar no fue elegida sino descubierta, y que aun en medio de tanta tristeza su capacidad de seducción y su belleza se mantenían intactas, “algo que se parece a un final feliz”. También advierte que con sus relatos Rabih había sabido esquivar la “coartada moral” de la escritura, esto es “la idea de que ante los extremos del dolor o el sufrimiento el cuidado por la forma puede ser superfluo o aun obsceno”.

Marie seducía a sus seguidores con su humor negro, enemigo mortal de la lástima, y con las varias selfies que colgó en las redes sociales, adornada con flores o mirando sugestivamente a la cámara para confirmar que a la “vanidad no se la lleva la enfermedad”. Y, al igual que Rabih, Marie escribía cuidando que las expresiones de dolor o los pensamientos negrísimos e inconfesables que también la asaltaban, seguramente con frecuencia, no invitaran nunca a sus seguidores a leerla con conmiseración o condescendencia.

Ni siquiera después de relatar sus vómitos nocturnos, falta de sueño, o “rescates” de morfina, ni siquiera entonces, armada únicamente con los escasos 140 caracteres del medio que había elegido para relatar sus últimos días, Marie descuida la escritura, pone una coma de más, o la pifia en la ortografía. En uno de sus últimos tweets cuenta incluso que acababa de censurar a una de sus seguidoras por el mal uso de comillas.

Aun sus frases más crudas tienen la naturalidad y el impacto que solo consigue quien ha dominado el difícil arte de tocar el corazón con las palabras (sí, aunque suene así, cursi y con tono a melodrama). El ejemplo más claro son esas dos oraciones demoledoras que Marie escribió poco antes de su muerte – “Es el final. Con una sonrisa y el puño apretado, pero es el final” – y que sugieren, al menos como deseo, que aunque las cosas terminen mal ese sea, de algún modo, también un final feliz.

 

Confieso que cuando leía a Marie me pregunté más de una vez ¿por qué, cuando “ya fue todo”, como ella misma lo dijo con su habitual crudeza en alguno de sus tweets, por qué entonces gastaba la poca energía que aún le quedaba, sus últimas fuerzas, en prender el telefonito o la computadora y mandar sus mensajes a sus anónimos seguidores?

Sospecho, aunque no lo puedo saber con seguridad, porque no la conocí, que Marie escribía para sentirse viva y sobre todo acompañada, para sentir que el cáncer no le había arrebatado lo más importante: su capacidad de afectar y de ser afectada por los demás. “Mi cuerpo está acá, mi cabeza más allá”, decía la remera que llevaba puesta en la última foto que publicó, donde se la puede ver junto a su marido y a su hijito de tres años. Se trata de una frase del tema “Si yo soy así” de la banda de música punk Flema que bien da cuenta de la claridad con la que veía las cosas, aún en los momentos más oscuros.

Varias de sus frases se viralizaron y se convirtieron en una suerte de plegarias laicas y contagiosas que sus fieles seguidores utilizan en las mini biografías de sus cuentas de Twitter o Facebook, o pronuncian en breves ceremonias antes de cumplirle un último deseo. Son plegarias de y a una diosa atea que, en palabras de uno de sus seguidores, por suerte sí existen. Esa es tal vez una de las últimas ironías que nos deja. María, mujer con nombre de santa, era atea pero creía en el amor, y al decir de sus cómplices amigas (a quienes había conocido en las redes sociales) Twitter es menos divertido y más solitario sin su “jefa espiritual”.

Así y todo, es curioso, pareciera que su voz sigue viva en el ciberespacio, como si una parte de ella se hubiera alojado allí para siempre. Y entonces, al encontrar una entrada de sus blogs que nunca vimos o leer un tweet que se nos pasó de largo, Marie reaparece, pícara y sorpresivamente, para contarnos un último chiste.

 

 

El presente texto fue publicado anterioremente en el blog: Escritores del mundo, el 28 de julio del 2015.

Ilustración del banner: Lucía Pechersky (@luciaylucia)

Jordana Blejmar

Doctora en Letras

Nacida en Buenos Aires (Argentina), recibió su maestría y doctorado en la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es investigadora en la Escuela de Artes de la Universidad de Liverpool. Entre el 2014 y el 2015 fue investigadora de un proyecto sobre arte digital latinoamericano financiado por el Arts & Humanities Research Council de Gran Bretaña. Enseñó literatura y cine latinoamericano en las universidades de Liverpool y Manchester. Entre 2012 y 2014 fue titular del área de Estudios Hispánicos en el Institute of Modern Languages Research, de la Universidad de Londres. Desde el 2003 colabora en distintos postgrados virtuales del área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Argentina. Es miembro del comité directivo del Centre for the Study of Cultural Memory (Londres). Ha co-curado exhibiciones de arte y fotografía en Buenos Aires, Liverpool y Paris. Es co-editora (junto a Natalia Fortuny y Luis Ignacio García) deInstantáneas de la memoria: Fotografía y dictadura en Argentina y América Latina (2013, Libraria), de un dossier sobre posmemorias latinoamericanas (junto a N. Fortuny, Journal of Romance Studies, 2013) y de otro sobre poesía argentina contemporánea (junto a Ben Bollig, Bulletin of Hispanic Studies, 2016).