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Geo-everything

Por Leonardo Aranda /

11 ago 2015

Nuestra actual relación con la localización aparece como ejemplo de una de las paradojas de la tecnología reciente. Detrás de una operación simple, como es el caso de utilizar una aplicación de mapas para encontrar nuestra localización, o descubrir lugares de interés cercanos, se encuentra asimilada una gran cantidad de conocimiento que antes estaba únicamente al alcance de especialistas e iniciados, y que al mismo tiempo contiene una serie de determinantes culturales.

El GPS, la tecnología que ha hecho posible la revolución geoespacial actual, puede verse como una evolución lógica de la práctica de los navegantes antiguos, que utilizaban las estrellas para orientarse a lo largo de sus travesías. Este conocimiento, resultado de una aguda actividad de observación de las estrellas, permitió a los hombres adivinar su posición según el comportamiento de los astros a través de las estaciones, los años, y los ciclos de movimiento de las propias estrellas. Estas observaciones se realizaron, en primera instancia, a través de una experiencia directa, cuyas conclusiones eran transmitidas a los nuevos navegantes como una técnica propia de su oficio. Los antiguos navegantes, adelantándose a una serie de polémicas sobre la posición del globo terrestre en el sistema solar, y sobre la propia forma de dicho cuerpo, ya adivinaban en su mirar el horizonte, la curvatura de la tierra y la relación de está con otros cuerpos.

No es casual que, en este sentido, fuera de igual forma la navegación y el comercio marítimo, quienes impulsaran la revalorización de la práctica cartográfica durante el renacimiento. Los principales cartógrafos de la época tenían, en su mayoría, experiencia en la navegación y podían, desde dicha experiencia, articular una interpretación del espacio que produjo grandes avances y descubrimientos. Sin embargo, a diferencia de los navegantes de la antigüedad, los cartógrafos renacentistas fueron capaces de sintetizar los conocimientos científicos, y los avances técnicos de su época, y desde ahí construir nuevas formas de interpretar y representar el mundo. En primer lugar, dicha síntesis se formuló, a través de la incorporación de una serie de tecnologías de medición y percepción, que permitieron llevar a cabo de forma más precisa las observaciones que antes se realizaban de forma tanto menos sofisticada. Al mismo tiempo, encontramos como la forma de representar dichas observaciones, también se vuelve cada vez más objetiva, y en la medida en que la cartografía pasa de ser una técnica a ser una ciencia, las traducción de las observaciones en planos cartográficos, se lleva a cabo por medio de procesos que son descritos de forma estandarizada, al punto que incluso pueden ser expresados como fórmulas matemáticas. A dichos proceso de traducción le llamaremos proyección.

La proyección más utilizada en los mapas modernos, desde el renacimiento, es la proyección de Mercator, desarrollada por el cartógrafo y navegante Gerardus Mercator. La característica principal de ésta es el hecho de que cualquier trayectoria realizada sin variaciones en la dirección, será representada como una línea recta. Es obvia la conveniencia de este modelo en términos de navegación y comercio. Sin embargo, al mismo tiempo, esta proyección produce una aberración bastante notable, y fuertemente criticada por los geógrafos actuales ya que produce una magnificación de los polos, según la cual, mientras más alejado se esté de la línea del ecuador, mayor es la dimensión en el mapa de los cuerpos representados.

Esta representación ha sido fuertemente criticada por los geógrafos actuales por las fuertes connotaciones políticas que conlleva. Podemos afirmar que las tecnologías actuales de geo-referencia están basadas en la antigua práctica de observación de las estrellas. En ambos casos encontramos nuestra posición en el mundo, con referencia a los cuerpos celestes que nos rodean. Sin embargo, las estrellas, en este nuevo contexto, han sido remplazados por satélites que circundan nuestro planeta en orbitas regulares, y la observación es remplazada por dispositivos que deducen su posición a través de la posición de estos satélites de forma automática. La pregunta, sigue siendo la misma: “¿Dónde estoy?”. Sin embargo, el objeto de referencia deja de ser un objeto natural para pasar a ser un objeto tecnológico, y el sujeto de observación pasa a ser también un dispositivo tecnológico, convirtiendo así todo el proceso de responder dicha pregunta en un proceso mediado tecnológicamente. Es decir, un proceso en el cual el conocimiento es objetivado y traducido en un dispositivo que realiza, de forma precisa y regular, una operación antes delegada a la percepción y la experiencia.

El funcionamiento del GPS es simple: una serie de satélites equipados con relojes, de gran precisión y sincronizados a una hora conocida como “Hora Universal” (UTM), orbitan alrededor de la tierra, con un itinerario definido, y trasmiten su hora a través de radiofrecuencias. Una serie de dispositivos funcionan como receptores de dichas radiofrecuencias, y dependiendo de la diferencia entre las horas recibidas, dadas por las distintas distancias entre el receptor y los múltiples satélites, permite al dispositivo receptor triangular su posición. Dependiendo de la cantidad de satélites que el receptor logre captar, así como de una serie de factores ambientales, está tecnología permite una precisión que varía entre unos cuantos metros y unos cuantos centímetros.

De igual forma el proceso de traducción de estos datos en su representación dentro de mapas se adecua por completo a una lógica tecnológica y digital: una vez que el GPS ha logrado triangular su posición, éste traduce toda la información en una frase conocida como NMEA. Dicha frase sintetiza en una cadena digital la longitud, latitud, altitud, tiempo y numero de satélites de cada uno de los registros realizados. Una vez obtenidas dichas coordenadas, un servicio cliente, como puede ser Google Maps, u otro programa similar, realiza el proceso de traducción desde una geometría radial, expresada en grados, hacia el plano cartesiano, a través de la aplicación de un sistema de proyección cartográfica: en éste caso, la Proyección de Mercator. Una vez normalizadas las coordenadas obtenidas, el proceso restante consiste en deducir la posición de dichas coordenadas en pantalla, en relación con la cantidad de mosaicos que se utilizan para representar el mundo completo en el mapa. Para ello, primero es necesario saber la cantidad de pixeles que el mapa utiliza para representa todo el mundo. Para lo cual se utiliza un sistema estandarizado conocido como 2 a la n, donde n corresponde al nivel de zoom del mapa. Este sistema contiene una lógica plenamente digital, en tanto que es la misma lógica sobre la cual se multiplican los bits en cualquier sistema computacional, creando así una secuencia de números que resulta de elevar el número 2 a la n potencia. En el caso de los mapas, el número resultante nos indicará la cantidad de teselaciones en las que esté dividido el mapa. Finalmente, dicho número se multiplica por 256, que es número de pixeles de cada uno de los mosaicos que forma el mapa (número correspondiente a 2 a la octava potencia). Así, por ejemplo, en el nivel 0 de zoom, el mundo completo está representado por una sola tesela, es decir, 256 pixeles, mientras que en el zoom 14, es representado por 16,384 teselas, correspondiente a 4,194,304 pixeles. Una vez conocido el número total de pixeles en los que está representado el mundo, no hace falta más que realizar una interpolación de las coordenadas obtenidas por el GPS, entre el número total de grados de longitud y latitud, y el número total de pixeles en los que está representado el mundo.

Ahora, todo este sistema funciona, por el hecho de que, tanto los mosaicos de los mapas que representan al mundo, como el sistema de traducción de coordenadas radiales a coordenadas cartesianas, corresponden al mismo sistema de proyección. Haría falta sólo cambiar la traducción de cualquiera de ambos procesos para que nuestra posición apareciera en un lugar completamente distinto en el mapa. En este sentido, el sistema funciona como una doble traducción: primero de un sistema de coordenadas a otro; segundo, de dicho sistema de coordenadas, a un sistema de representación y almacenamiento digital.

Regresando a nuestro argumento inicial, podemos ver como una tecnología como el GPS obscurece una gran cantidad de conocimientos que permiten su funcionamiento. En este sentido, no es necesario que el usuario del GPS conozca ninguno de sus principios de funcionamiento para hacerlo operar. Tampoco es necesario que el usuario desarrolle su percepción o sus capacidades de observación para orientarse. Todas estas prácticas y técnicas están objetivadas en la tecnología, a la cual se le ha delegado la totalidad del proceso. Esto nos apunta a la paradoja a la que hacíamos mención inicialmente: mientras que por un lado, el hecho de que no sea necesario adquirir conocimientos especializados para saber nuestra localización, ha posibilitado una revolución geoespacial, donde toda una serie de contenidos digitales se despliegan en relación a la localización de los usuarios de estos dispositivos, de la misma forma en que estos son capaces de producir información geolocalizada; por otro lado, al esconder su proceso, la tecnología hace pasar por objetiva toda una serie de decisiones que en todo sentido nacen de marcos ideológicos determinados por distintas épocas, y distintos intereses culturales, políticos, económicos y sociales.

En éste sentido, la paradoja con la que nos encontramos se puede presentar sobre la democracia de los medios tecnológicos, donde una capacidad técnica se universaliza, bajo la condición de estandarizar y obscurecer sus procesos. En ése sentido, la tecnología se diseña pensando en una mayoría abstracta de usuarios potenciales, lo cual en principio pareciera un principio de igualdad. Sin embargo, el mismo proceso crea una tipo de hegemonía tecnológica, donde el total de los usuarios debe aceptar las determinantes ideológicas que subyacen al diseño de la tecnología, para hacer uso de la misma.

En términos de la geolocalización, podemos afirmar que esta paradoja se expresa en el hecho de que mientras que, por un lado, los nuevos medios locativos permiten que cualquier persona con un dispositivo equipado con un GPS lleve a cabo distintas prácticas de geolocalización y cartografía, en un movimiento de democratización cartográfica, dicha práctica se lleva a cabo en una negociación constante con las tecnologías actuales, que vulneran la privacidad del usuario, imponen filtros al tipo de contenidos que se consumen según la localización (lo cual puede resultar en prácticas etnocentristas), y finalmente imponen una forma de representación del espacio que vuelve hegemónica la visión de la modernidad y de occidente, sobre nuestra forma de orientarnos y representar nuestra posición en el mundo.

Habría que pensar que existen otras formas de interpretar y representar el espacio, de orientarnos en éste, y de encontrar nuestro lugar en el mundo.

Leonardo Aranda

Artista electrónico egresado de la facultad de artes de la UAEM. Estudió la maestría en filosofía en la UNAM. Candidato a doctor por el departamento de Media Study en la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo, donde fungió como asistente de investigación en el Center for Architecture and Situated Technologies y en Coalesce, Center for Biological Art. Es director del Medialabmx, organización enfocada en la investigación sobre los vínculos entre arte, tecnología y política. Su trabajo se centra principalmente en uso de nuevos medios y sus posibles intersecciones con política, participación y ciudadanía. Ha expuesto en diferentes espacios en México y en el extranjero en exposiciones colectivas y festivales en países como Rusia, Austria, Estados Unidos, España, Canadá y Brasil. Desempeñó labores de investigación dentro del taller de Imágenes en Movimiento del Centro Multimedia del 2009 al 2012. En el 2015 formó parte del equipo curatorial y del jurado en el festival Transitio_MX 06. En el 2016 participó en IDEAS CITY, proyecto del New Museum. En el 2017 formó parte de Interactivos 17 en el Medialab-Prado, Madrid, así como de Radical Networks en Brooklyn, NY. Recientemente fue beneficiario del Programa de Residencia Web Solitude-ZKM en Alemania.