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Editorial: Revista 404, tercera entrega.

Por La Redacción /

28 may 2015

La palabra cyborg ineludiblemente nos transporta a las diversas narrativas de ciencia ficción; de sólo escucharla inmediatamente imaginamos terminators, coreanas comiendo baterías o mujeres biónicas. En esta entrega, quisimos abordar el tema desde la ciencia, la filosofía y también la ficción. Exploramos una serie de vaticinios sobre la figura del cyborg o cuerpo cibernético y las posibilidades, algunas aún ficticias, de fusionarse con la realidad vista desde la carne y lo sentidos. Buscamos plantear preguntas como: ¿cuáles son los límites hacia los que se puede extender un cyborg? ¿es la conciencia su última frontera? o ¿cuáles deberían ser las reglas del juego para el hombre extendido, que no sólo evoluciona hacia la integración de la tecnología en el cuerpo sino en la ampliación de su alcance cognitivo y social? Abrimos la discusión comenzando por asentar que las ficciones nos alcanzan y hoy, lo que antes parecía lejano e imposible, nos exige una reflexión desde lo posible.

Al jugar con la idea de que, de alguna forma, nos convertimos en cyborgs, abordamos la dependencia que nos ha llevado a una simbiosis inusitada con múltiples dispositivos, a un grado tal que existe el deseo de nacer con ellos, llevarlos dentro. Por otro lado, los wearables de Beauty Technology hacen del maquillaje, uñas y pestañas postizas, y del pelo extensiones corporales que envían señales, comandos y controlan o manipulan otros dispositivos. 

Para Donna Haraway todos somos cyborgs; somos fusiones de historias complicadas de violencia, de socialización y de la interiorización de la opresión que nos rodea. El estado de naturaleza es un anacronismo, pues no sólo porque nos es imposible renunciar a nuestras extensiones tecnológicas; al abrazarlas reconocemos al estado de naturaleza como una herramienta de opresión. Vivir como un cyborg es liberarse de esta fantasía onerosa. No hay un estado de la naturaleza. No hay pecado original. Hay gente, rastros y piezas, esparcidos por todo el mundo.

 

La Redacción