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De la inercia del transe, a la (trans)formación autogestiva del cuerpo/género

Por Jimena González Martínez /

5 nov 2019

 

En un contexto en donde los cuerpos femeninos y las identidades no dicotómicas son objeto de violencia sistémica, la autogestión y biotecnologías de las comunidades trans resultan útiles para concientizar y poner en cuestión el sistema normativo sexo/género.

Imagino un mundo donde la diversidad sea la base que sostenga las expresiones culturales de las sociedades, más allá del folclore de los “pueblos mágicos”. Un mundo donde el género no sea esa maquinaria violenta que controla cada una de las interacciones sociales. Deseo la existencia donde los cuerpos se vivan afectados (en su sentido positivo) por las tecnologías, en una relación simbiótica con la naturaleza. Este es el futuro utópico en el que pienso cuando aparecen en mis redes noticias que me llenan de horror, por su violencia naturalizada. Le apuesto al mundo posgenérico porque soy testigo del daño que han causado los esencialismos dicotómicos del sistema que Gayle Rubin (1986) llamó de sexo/género. De los feminicidios, a la invisibilización de las identidades trans, pasando por las intervenciones quirúrgicas para corregir la estética genital de bebés intersexuales; incluso actos que pasarían desapercibidos, como las miradas de desaprobación por ver a un hombre con vestido o las piernas peludas de una mujer en falda, hasta el ciberacoso.

Todo esto es solo una pequeña probadita amarga del contexto en el que habitamos, servida con la cucharita del capitalismo patriarcal rapante, que devora sin piedad el mundo en el que vivimos y pretende amputar a la sociedad de su agencia, convirtiéndonos en consumidores. Mi herramienta de combate, al menos una de ellas, será la autogestión de las tecnologías corporales. Para explicarlo con mayor claridad, dejando atrás la nube de los sueños ideales, expondré el caso de las identidades transexuales de la ciudad de México; ya que encuentro en sus experiencias de vida la dulce potencia política de la (trans)formación revolucionaria, que pueden dar frente a los dispositivos sociales del saber/poder, como las ciencias médicas y sus respectivas tecnologías de control, como los fármacos.

Antes de continuar con este no tan preciso (pero entusiasta) entretejido de ideas, debo dejar claro donde estoy situada, (respondiendo a las incitaciones de Donna Haraway en su texto “Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza” (1991)). Me identifico mujer, no porque me sienta cómoda con lo que la sociedad espera de mí al nombrarme de tal forma, sino porque el contexto en el que vivo se encuentra en un estado de emergencia. Repleto de violencias de todo tipo, esto ha hecho de cuerpos como el mío, cuerpos violables, cuerpos basura, cuerpos sin importancia. Esta identidad es mi estandarte político. Las teorías que han guiado mi andar académico y cotidiano son principalmente las feministas, sobre todo la teoría queer de Paul B. Preciado, y los cruces de clase y etnicidad de la tercera ola. Desde aquí defino los conceptos que repetiré incansablemente: los cuerpos, los géneros y las tecnologías; todos en plural, porque somos diversos. Esa es la verdadera naturaleza de la humanidad.

El primer concepto, el cuerpo, disfruto nombrarlo como la carnita que contiene nuestras identidades y las expresa a voluntad con performances corporales (es decir, todas esa aplicaciones externas que sumamos a lo biológico); como el modo de expresarnos, de caminar, la forma en que vestimos e incluso las modificaciones tecnológicas. En los casos de las identidades que se viven cómodamente en la normatividad del sistema sexo/género, estas corporalidades ya están prescritas, no hay mucho que elegir conscientemente, solo dejarse llevar por la inercia. Es decir, si una persona es asignada mujer se espera que se vea femenina, que tenga gestos delicados y que su cuerpo tenga proporciones específicas; que huela a rosas y que no sea muy ruidosa. Afortunadamente, existen muchas otras corporalidades que se exploran de manera crítica, que buscan romper con los encasillamientos rígidos provocados por el género. Un ejemplo serían las identidades andróginas, es decir personas que habitan la ambigüedad y usan (a conciencia) elementos entrecruzados que socialmente se le atribuyen a uno u otro género. Pensemos, por ejemplo, en Rain Dove una modelo y activista andrógina que posa con una corporalidad masculina o con elementos femeninos, incluso en remezclas que resultan en una estética que te atrapa.

Rain Dove, modelo y activista andrógina.

Hasta ahora solo he mencionado el lado más social del cuerpo, lo cual deja espacio para las preguntas: ¿qué tan orgánica “libre de pesticidas” es nuestra carnita contenedora de la identidad? Y ¿cuánto queda de natural en nuestro cuerpo? Más adelante iremos desmenuzando las respuestas, pero a manera de spoiler, Haraway diría que somos cyborgs, es decir híbridos orgánicos y tecnológicos. De natural queda muy poco, pero lo que queda es relevante para la existencia en un mundo altamente tecnológico, como el nuestro.

La segunda categoría da mucho de qué conversar. Si usted disfruta de convertir charlas amistosas en debates fervientes durante su fiesta de temporada, la encontrará muy útil. Como sugerencia, combínela con la palabra feminismo y tendrá horas de diversión. Para esta definición haré una suerte de ejercicio educativo, ya que encuentro sumamente necesario clarificar algunas confusiones que siguen circulando por ahí sin mucho cuidado.

El género no es lo mismo que el sexo; para diferenciarlas basta con separar lo biológico de lo social y cultural. Colocamos de un lado las características fisiológicas del cuerpo que nos permiten clasificarlo ya sea como hembra o macho; esto es el sexo. Por otro lado, al género lo definimos como el conjunto de atribuciones, construcciones simbólicas, determinaciones ideológicas, relaciones sociales y culturales sobre los datos biológicos que distinguen a los sexos, y que son de gran importancia para las dinámicas sistémicas, culturales y políticas del país (algunas feministas dirían arbitrarias, yo estoy de acuerdo). Tanto el género como el sexo forman parte de la construcción de la identidad de las personas y se espera socialmente que ambas sean concordantes. Por ejemplo, cuando nace una personita hay una figura experta, generalmente un médico, que se encarga de mirar sus genitales y clasificar: -es niña-, dirá si es que a primera vista parece tener una vulva, o –es niño- si lo que observa es un pene, mezclando neciamente género y sexo.

Inmediatamente después del parto comienza una incansable educación de género, se busca que las personas nacidas hembras se comporten como mujeres y actúen la feminidad, y que las nacidas machos se desempeñen como hombres y sean masculinos. Todo esto de acuerdo al sistema normativo sexo/género. Parece que no hubiera escapatoria, todas las interacciones sociales están cruzadas por el género. Es lo primero que identificamos en la persona que está frente a nosotros, nos comportamos de una u otra manera si lo que leemos de este cuerpo es un hombre o una mujer y nos desorientamos si esta categoría no es clara. Entonces nos convertimos en una suerte de investigadores, tratando de descifrar el misterio que esconde aquel cuerpo.

De esta manera los discursos normativos han simplificado las experiencias de vida en dos únicas posibilidades, excluyentes una de la otra. Se espera que las personas se amolden a esta dicotomía con éxito aunque les resulte apretado e incómodo, de no ser así se les sanciona excluyéndoles, o peor. El riesgo está en creer que el género es natural, esencial y que no se puede modificar o transitar; incluso, si nos ponemos un poco más exigentes, podemos permitirnos decir que el sexo mismo puede alterarse, es modificable y se puede transitar.  

Por último tenemos la tecnología, estaré hablando de dos tipos: las biotecnologías y las tecnologías digitales. Ambas con la capacidad de modificar el cuerpo/carne y la corporalidad, siempre en función del género, ya sea asignado al nacer o elegido de manera autoconsciente. La tecnología la entiendo como un sistema complejo de saberes y prácticas, lleno de valores (es  buena, es mala, me gusta, no me gusta) e intereses (será redituable o no) que responden a su contexto social, histórico y cultural específico. Lo que me interesa resaltar de todo este remolino de palabrotas, es que las tecnologías se han usado para controlar nuestros cuerpos y adecuarlos a los valores e intereses del sistema sexo/género de un periodo histórico determinado, por momentos de maneras sutiles y otras tantas con mucha violencia. Por ejemplo, la pintura facial en el México precolombino era simbolizada con un sentido de pertenencia al grupo y se aplicaba de manera indistinta entre hombres y mujeres; en el siglo XXI esta práctica se asocia sobre todo a las mujeres y se promueve como una necesidad básica del bienestar femenino, sujeta a la dinámica del capitalismo, las mujeres somos consumistas y objeto de consumo a la vez.

Las modificaciones corporales involucran a todas las personas por igual, no solo a las que se nombran trans; modificamos el cuerpo de manera cotidiana, incluso sin darnos cuenta. Algunas de sus cualidades son que pueden ser profundas o superficiales, y ser temporales o permanentes. Una práctica común es perforar las orejas de las bebés con un fin estético incluso antes de que puedan mantenerse en pie, nos saltamos su voluntad sin darle importancia, porque “así funcionan las cosas”. En un segundo y sin titubeos modificamos el cuerpo de la bebé de manera profunda y permanente.

Entonces, por un lado tenemos las biotecnologías que serían aquellas que se ejercen sobre el cuerpo/carne alterando su estado orgánico de manera permanente y profunda (por ejemplo, una cirugía estética), de manera temporal y profunda (como la hormonización) o bien, de manera superficial y temporal (como el maquillaje). Por otro lado están las tecnologías digitales, que son aquellas asociadas a la información y el internet y que se gestionan en el mundo on line. Estas tienen características particulares en su incidencia sobre el cuerpo: son mutables, flexibles y temporales.

Las tecnologías digitales son una herramienta hermosa (y a la vez peligrosa), ya que contienen un alto potencial político; ya bien, podemos usarlas a nuestro favor o dejarlas en manos de los intereses de los dispositivos de poder del capitalismo. A pesar de que el internet se haya construido bajo el mismo sistema patriarcal y en este se reproduzcan los principios de la sociedad off line, existe una mayor flexibilidad para expresar nuestras identidades y de llevar lo privado a lo público. Puedo elegir tranquilamente un unicornio como mi avatar y a nadie le parecería mayor problema, más allá de una cursilería infantil. La construcción del virtual body, o la imagen que publicamos de nuestro yo virtual, desborda las posibilidades identitarias pues los límites no son claros. Sobre este tema Dvorsky y Hughes (2008) exploran sus recovecos más interesantes.

Plataformas virtuales como Facebook o YouTube han sido espacios seguros de cohesión desde donde se gestionan redes de experiencias compartidas. En mi investigación me encontré con el mundo de los videoblogs de personas transexuales, en ellos, el contenido que más se explota es el proceso de transición, con recomendaciones, estrategias, experiencias y sobre todo la evolución de su imagen física. Esto es un ejemplo perfecto de cómo la autogestión trans posibilita ampliar la gama de información, desmonta sobre todo las clasificaciones médicas. Hay una clave que me entusiasma de este tipo de tecnologías, la capacidad de crear comunidad; y a pesar de que los discursos distópicos sobre el aumento desmedido de las tecnologías de la comunicación dicen que nos alejan de lo “realmente importante”, sostengo que jamás habíamos estado más conectados.

Como vemos, la gestión actual que el sistema de sexo/género normativo ejerce sobre la sociedad es por mucho limitante, no hay espacio para ser autoconscientes de nuestras propias experiencias corporales marcadas en lo más mínimo por el género. Miro a mi alrededor y parece que estuviéramos socialmente sumergidos en un transe de género, nos movemos, hablamos y nos modificamos por pura inercia, porque “es lo correcto” y decimos, sin miedo a nuestras palabras "esto es lo natural". Así, cuando nos topamos de frente con personas que viven identidades no dicotómicas o deciden transitar de un lado al otro de la balanza imaginaria, ya sea de manera intencional o sólo por seguir un impulso profundo de su deseo, nos incomodamos. Clavamos las miradas y agitamos la cabeza con desaprobación, porque no lo entendemos, porque rompe con lo establecido y nos confronta. Tenemos que desmontar los mitos de origen de estas gestiones dogmáticas, estas identidades no son casos aislados, son la evidencia de un mundo diverso latente por explotar y desbordarse. Para lograrlo incito a la autogestión, las pistas las he encontrado en la transexualidad; no dudo que haya otras formas que lo han logrado de igual manera, pero esta me ha impactado de manera personal y por eso es mi intención socializarla.

Me acerqué a las identidades transexuales de la Ciudad de México por el interés de explorar el uso que tenían de las tecnologías de modificación corporal, pero me encontré con una característica que llamaba mi atención puntualmente y despertó en mí una curiosidad casi morbosa. La autodeterminación de decir con toda certeza –yo soy-. En las entrevistas que realicé me narraban el momento en el que se reconocieron en el género con el que se identificaban, con una precisión narrativa y temporal que me asombró. Todas las personas trans con las que pude dialogar habían pasado por el consultorio psicológico para reafirmar su pertenencia al género elegido, algunas veces bajo obligación. En la Ciudad de México para poder acceder a tratamientos hormonales gratuitos es necesario llevar un acompañamiento psicológico. Me pregunto cuántas personas fuera de la población trans han realizado una reflexión profunda para autoafirmar el género al que pertenecen y qué tanto nos identificamos con los esquemas sociales propios del género que vivimos. Esto no es gratuito, la historia de la transexualidad la ha llevado por este camino, para bien o para mal.

Existe un discurso mainstream sobre la transexualidad que ha llegado hasta la pantalla grande, la idea del “cuerpo equivocado”, que algunos activistas trans como Miquel Missé han evidenciado como perjudicial para esta población. De él retomo el interés por defender discursos alternativos. Es verdad que en un principio este discurso fue el puente para demandar atención a los Derechos Humanos que les eran negados, cosas tan sencillas como el reconocimiento legal de su identidad o el acceso a una atención de salud digna. Sin embargo, si nos detenemos a analizarlo, es cuestionable, incluso ridículo, lo peor es que se fue insertando poco a poco en la psique de las personas trans. Quizá servía como un paliativo, daba la justificación perfecta a un malestar que se vive no tanto por el cuerpo mismo, sino por la sociedad que no acepta lo diferente.

Hagamos un ejercicio imaginativo para comprender mejor el lado sensible de estas experiencias. Mañana despertamos y por arte de magia nos sentimos pertenecer al género opuesto (podemos ponernos creativos e imaginar que no pertenecemos a ninguno), las personas de mi contexto inmediato no saben que esto ha pasado. ¿Qué va a suceder ahora? Buscamos primero la información que tenemos a la mano, quizás hagamos un par de búsquedas en internet, tecleamos “me siento como mujer pero soy hombre, ¿qué hago?”. Saldrán un montón de páginas y entre todas estas encontramos un video, en este hay una persona hablando y por primera vez escuchamos la palabra transexualidad. Hay algo familiar en aquel chico que con tranquilidad explica sus experiencias en un video. Imaginemos cómo se lo diremos a nuestras familias o a nuestra pareja. ¿Cuál fue la mirada en su rostro? ¿Podrán aceptarlo? Ahora salgamos a la calle imaginaria y subamos al transporte imaginario, ¿cómo reacciona la gente ante nuestra presencia? ¿Podemos afrontar las miradas de incomodidad? Quizás buscamos atención psicológica y en la consulta nos dicen que no nos preocupemos, que nuestro cuerpo puede corregirse. Pero, ¿qué pasa si no he sentido ningún inconveniente con mi cuerpo? La incomodidad que sentimos con nuestros cuerpos se genera por el rechazo que la sociedad tiene hacia él. Fin de ejercicio.

La comunidad trans activista ha dado pasos agigantados para dejar atrás la medicalización de sus existencias y dar pie a la autodeterminación reflexiva y autogestiva. Con esto no estoy diciendo que se tengan que eliminar las políticas públicas de salud que garantizan la gratuidad en el acceso a las tecnologías de modificación corporal, más bien es un llamado a cuestionar la intención de discursos que prohíben la diversidad  y proponer nuevos andares.

María Alejandra Dellacasa, en su texto “Carne única, nueva carne” (2018), hace un recorrido de cómo las personas transexuales pasaron de ser pacientes en un “cuerpo equivocado” a agentes usando el cuerpo como vehículo de empoderamiento y participando activamente de los procesos de elaboración e implementación de tecnologías y estrategias sociales para la mejor integración de esta comunidad en la sociedad. Dellacasa expone que fue desde la medicina y la psiquiatría que la transexualidad se legitimó, usando como mito de origen el sufrimiento. En este sentido, el mal se encuentra en el cuerpo de la persona, para terminar con el dolor que esto provoca el médico diagnostica y receta, bajo sus parámetros, el acceso a las tecnologías de modificación. La intención implícita en este diagnóstico es corregir y acomodar en la norma. Solo entonces la transexualidad es reconocida por las instituciones, ya que las considera vulnerables, amputándoles de toda su agencia y potencia política.

La propuesta que la autora nos ofrece es desarrollar una dinámica científico tecnológica en donde la comunidad tenga un papel activo en la ampliación y el mejoramiento de las estrategias para su atención integral. En otras palabras, entre mayor sea la información y el conocimiento que la población adquiera, mayor su participación en las elecciones de su atención. Sería una democratización de los conocimientos expertos. Pero podemos darle un giro de tuerca, la agencia que se gana con la información adquirida no solo confiere capacidad de elección (que es valiosa), sino una apropiación de las tecnologías y la posibilidad de expandir los límites y corromper al sistema dicotómico, crear una verdadera revolución en torno al género.

Barbara Kruger, Your body is a battleground (Tu cuerpo es un campo de batalla).

Bajo este paraguas de ideas, algunas de las características de la autogestión serían: 1) la reflexividad, como un ejercicio crítico de autoconciencia; 2) el sentido de comunidad, que fortalezca la compartición de saberes y descentralice los conocimientos; 3) la elaboración de técnicas y tecnologías nuevas o la reinvención de los usos de las tecnologías existentes; 4) por último pero no menos importante, la agencia y el empoderamiento. La comunidad trans cumple con todas, pero lo más destacable es la cantidad tan amplia de apropiaciones tecnológicas y nuevas tecnologías homemade que han realizado. Es importante mencionar que toda tecnología, ya sea gestionada por las instituciones o autogestionada dentro de las comunidades, implica un riesgo, es nuestra elección si lo tomamos o no, pero siempre de manera informada.

Recientemente me encontré con un youtuber chileno llamado Gabriel Sepúlveda, el tiene un video llamado “5 TIPS PARA CHICOS TRANS" las recomendaciones que dio fueron los siguientes: el primero es el uso del binder o vendas para aplanar el pecho, el segundo es un mini DIY para hacer una prótesis que simule el pene, el tercero es el corte de pelo (este es más simbólico, pero es también una modificación corporal), el cuarto es el uso de ropa grande para ocultar las curvas de su cuerpo, y el quinto es el uso de un medicamento para hacer crecer el vello facial. Mis ojitos brillaron en forma de estrellita, ya que cada una de sus recomendaciones eran tecnologías de modificación corporal autogestiva; es muy probable que Gabriel no sea consciente de que esto sea así, su intención es facilitar el camino a personas que apenas estén iniciando el recorrido de su transición, sin embargo esto no disminuye el impacto que puede llegar a tener.

Soy optimista en las posibilidades que las tecnologías tienen para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir, no renuncio a la idea de que en el futuro este transe del género en el que estamos atorados se termine y la autogestión corporal (cargada de afectividad) tenga un lugar más activo en nuestras vidas. Celebro por siempre la diversidad porque hace de este mundo un lugar más hermoso, por lo tanto es tiempo de mejorar las condiciones sociales y culturales para que todas las personas puedan vivirse libremente. Para lograrlo hacen falta estrategias en comunión con la academia, las instituciones y la sociedad; también reforzar las micropolíticas, las acciones directas en nuestro contexto inmediato y con nuestros propios prejuicios.

 

Referencias

Dellacasa, M. A. (2018) “Carne única, nueva carne. Cuerpo y democratización de tecnologías biomédicas de transformación corporal para personas trans en el actual escenario argentino.” en Physis: Revista de Saúde Coletiva, v. 28(4), e280409, Rio de Janeiro.

Dvorsky, J. y Hughes, J. (2008) “Postgenderism: beyond the gender binary.” en IEET Monograph Series. Marzo (03) Connecticut: Institute for Ethics and Emerging Technologies.

Haraway, D. (1991) “Manifiesto cyborg: Ciencia, Tecnología y Feminismo Socialista a finales del siglo XXIen Simios, Cyborgs y Mujeres: La reinvención de la naturaleza. Nueva York: Routlege, Pp: 148-181.

________ (1995) Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid. Cátedra, p. 253.

Missé, M. (2013). Transexualidades, otras miradas posibles. Barcelona: Editorial EGALES.

Rubin, G. (1986). “El tráfico de mujeres: Notas sobre la economía política del sexo” en Nueva antropología. 8 (30) México.

 

Jimena González Martínez

Jimena González Martínez nació en la Ciudad de México en 1990. Es licenciada en Desarrollo y Gestión Interculturales, con preespecialidad en Ciencia Tecnología y Sociedad, de la UNAM. Estudió el diplomado “Los retos del feminismo en América Latina” del CEIICH; y fue alumna de los seminarios Transexualismos, transgéneros e intersexuales. Visiones multi y trans disciplinarias en la ENAH y Cibercultura e Interculturalidad en la UNAM. Recibió el primer lugar en la categoría licenciatura del Concurso de Tesis en Género Sor Juana Inés de la Cruz, Novena Emisión 2018, del Instituto de la Mujer en México, con su tesis titulada “Las experiencias transexuales de habitar un cuerpo tecnológico. Un panorama social y político desde la Ciudad de México”.