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Artefactos narrativos: el holotipo de "La filial"de Matías Celedón

Por Eugenio Santangelo /

25 nov 2016

La labor de un sello: timbrar “las órdenes, las instrucciones, los mandatos”; inscribir resoluciones, incorporar los procedimientos a un archivo; hacer que “la información exista”, que “conste”; que, sobre todo, el acta guarde, reserve la huella del golpe de tinta, su marca instituyente y conservadora a la vez: el poder de un instante sobre el papel, la larga duración de una ley que se mantiene.

El escritor chileno Matías Celedón construye un libro siniestro e importante a partir de esta función desgarradora del timbrado. La filial trastoca la forma-libro y vuelve a montar un artefacto literario realizado, se nos dice en la última página, “con un sello TrodatÒ 4253, con tipos móviles de 3mm y 4mm, en dos tablillas de seis líneas con un máximo de 90 caracteres por impresión” (p. 203). La que hojeamos, vemos y leemos es la reproducción digital y reimpresa de un original elaborado en un cuaderno de actas. En menos de noventa caracteres por página, el libro nos hace así saltar de sello en sello, en un destiempo que contiene y genera shocks continuos gracias a la materialidad de su lectura-escritura. Si voltear la página significa experimentar la inminencia de un nuevo golpe, nos damos cuenta que cada uno es, sin embargo, la huella de unas manos y una psique que los ha pacientemente compuesto, letra por letra, en su lugar de trabajo, con su Trodat, su cuaderno y su tinta.

En una oficina, tal vez en un juzgado civil, se corta el suministro eléctrico y una voz dicta el primer mandato: “El personal deberá permanecer en sus estaciones de trabajo. // LA FILIAL no se hará responsable por daños o hurtos al interior del recinto” (pp. 6-7).

(pp. 8-9): “Se anuncia: Primer corte…”
(pp. 8-9): “Se anuncia: Primer corte…”

La medida del sello se revierte. Se interrumpen sus labores cotidianas y manos inestables empiezan a actualizar otra inscripción: la bitácora, el diario de un encierro prolongado, en el que cada enunciado es la borradura de eventos, violencias, circulación de deseo por el blanco de las hojas, en un archivo que no retiene sino sus trazos mínimos. Quien sella, deforma así el relato de una situación de emergencia que en realidad es la escritura muy literal de un poder que administra y produce regularmente cuerpos precarizados. La ciega, la muda, el cojo, el manco, el tuerto son abandonados y descubrimos, en su abandono, la cara infame de su trabajo: “abren las jaulas// PROCEDE// Sueltan los perros” (pp. 61-3). La animalización desborda los límites espacio-temporales (“Los ruidos de las calles se aparean con los nuestros”) y el personal sin rostro reactiva el recuerdo de una violencia que no se sabe si viene del futuro o del pasado.

(pp. 64-5): “Son los aullidos…”
(pp. 64-5): “Son los aullidos…”

 

La inminencia de una repetición: el libro de Celedón está marcando una crítica radical a los discursos transitológicos en un país cuya constitución “democrática” se escribió y reselló en la sangre dictatorial. Y así los acontecimientos cruentos, entrecortados, siniestros que se suceden en La filial ficcionalizan de una manera extrema un Chile que sigue basando sus políticas neoliberales en procedimientos inmunitarios que descomponen el cuerpo social para remitir vidas, deseo, trabajo a la soberanía del capital multinacional. Celedón circunscribe la doble operación biopolítica de individuación y despersonalización a partir la minusvalía física (y psíquica) de los personajes. La aparición abrupta de la foto de una joven no hace sino volver a extrañar un texto más bien “desrostrificado” y la llena de reminiscencias obscuras: rostros desaparecidos, cuerpos no-identificados.

(p. 72): Notificada
(p. 72): Notificada

Si el cuaderno es el relato de pocos días, de un asesinato difuminado, de una investigación policial siempre pendiente (“Buscan a otro// a otra”, pp. 177-8), de personal que sigue trabajando también en la suspensión del trabajo; al final del libro, un salto temporal desmedido deja constancia del encierro del archivo en el secreto de su poder. “La rutina –pasan años– persiste// El personal indiferente en sus respectivas estaciones de trabajo” (pp. 195-6). Y el último golpe retoma esta continuidad indiferente de la historia y de los sujetos, sellando las seis líneas de la tablilla: la materialidad de la no-escritura, el reticulado territorial del trabajo, el mapa siniestro de lugares de segregación.

(p. 197)
(p. 197)

Aprovechando de manera perturbadora la icontextualidad performativa del timbrado, Celedón nos consigna un libro que desfigura el archivo literario contemporáneo, trastocando su mercadeo de legibilidades huecas. Desestabiliza, así, cierta estéticas de la representación fácilmente digeridas y de inmediato metabolizadas por la economía política de lo literario (de su lenguaje “equivalencial”) y acerca más bien la escritura a un evento material con repercusiones cada vez imprevisibles. No me parece una casualidad el uso del término “holotipo” para referirse al “original” del cuaderno “Copiador” cuya reproducción leemos (p. 203). A la vez ejemplar singular y paradigma para los estudios de una especie, el holotipo indica la operación irónicamente “zoológica” del libro de Celedón: mientras reactualiza ciertas políticas de captura de la vida, La filial inscribe al mismo tiempo zonas de indocilidad que más bien liberan de las “taxonomías” de lo contemporáneo la singularidad de una dimensión material irreductible e insubordinada. La imposibilidad de clasificar un libro así (¿novela, poema, objeto artístico intermedial?) es sólo otra huella de un artefacto que al romper nuestro pensamiento definitorio, abre una brecha en la potencia del lenguaje, más allá de su expropiación indefinida en el poder tele-mediático, mercantil y neoliberal.

Ganadora de dos premios nacionales –premio de la crítica UDP y premio municipal de literatura– por el momento La filial puede conseguirse sólo en Chile, publicada de manera impecable, atenta a su esfera objetual, por la editorial Alquimia. Es una obra que merecería sin duda una amplia circulación; constituye, por otro lado, un testimonio más de una las literaturas más vitales (en un sentido bastante heterodoxo) de la actualidad latinoamericana.  

 

Eugenio Santangelo

(Napoli, 1983) es doctor en letras por la UNAM.

Estudió la licenciatura y la maestria en la Universidad de Bologna (Italia). Actualmente es becario posdoctoral en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, llevando a cabo un proyecto sobre "World Literature y políticas de lo común". Da clases de teoría y crítica literaria en la UNAM y en la Universidad Iberoamericana, a nivel licenciatura y maestría. Ganó el premio Pier Vittorio Tondelli para su tesis de licenciatura sobre prácticas de lo cómico en el primer libro del escritor italiano (la tesis fue publicada en forma de libro en 2013). Es miembro del seminario “El pensamiento crítico de Walter Benjamin. Afinidades en tiempos de oscuridad” del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Es editor de narrativa de Libros Malaletra y coordinador de la colección Heteroglosia